Compartimos un artículo del célebre escritor Erich Von Daniken, publicado originalmente en la revista española Más Allá de la ciencia (n° 25, Marzo de 1991).
¿Puede haber vida inteligente en una tumba megalítica? Esta es la pregunta que se hace Erich Von Dániken en el presente reportaje. En él nos descubre la existencia de la isla de Gavrinis, envuelta en un misterio apasionante capaz de desafiar a todas las leyes, incluso las matemáticas.
¿Puede haber vida inteligente en una tumba megalítica? Esta es la pregunta que se hace Erich Von Dániken en el presente reportaje. En él nos descubre la existencia de la isla de Gavrinis, envuelta en un misterio apasionante capaz de desafiar a todas las leyes, incluso las matemáticas.
En el golfo de Morbihan, en la Bretaña francesa, cerca de
Carnac y sus milenarios menhires, hay dos pequeñas islas: Gavrinis y
Erlannic. En la segunda, Erlannic, hay un círculo de piedra idéntico a un
óvalo negro de 58 x 49 metros de diámetro sobre el que se asientan 49
megalitos. Sólo la mitad de ellos está sobre el nivel del mar, pues el resto
descansa bajo las aguas. Allí, a nueve metros de profundidad, duerme un
segundo cinturón de piedra de 65 metros de longitud. La isla vecina, Gavrinis,
sobrenada como un compacto bloque pétreo de 750 metros de largo y 400 de ancho
rodeado de árboles y hierba. El punto más alto de la isla es una pequeña
colina semejante a una tumba que podría haber pertenecido a la madre de la Nueva Irlanda, pero aún
más grotesca, más abstracta y con una estructura tan matemática que podría
dejarnos sin habla. Los arrogantes bretones siempre han sabido que la colina
estaba sabiamente colocada y que bajo sus pliegues rocosos se escondía la
llave que movía el incomprensible «tiempo megalítico». El corredor fue
descubierto en 1832 -la «tumba» estaba aún vacía— restaurándose entre 1979 y
1984 por un equipo arqueológico dirigido por el Dr. Charles-Tanguy Le Roux.
Gavrinis es una isla dramática, como un fantasma surgido de un mundo utópico,
oscura, caótica y a pesar de todo lógica, pues esconde la respuesta matemática
a casi todos los interrogantes.
Me atrevo a preguntar a la ciencia actual: ¿puede haber vida inteligente en una tumba
megalítica? No sé si encontraré respuesta. La dejo en el aire. Numerosas
piedras de diferentes tamaños se rematan con dos docenas de megalitos
ciclópeos para configurar la auténtica tumba megalítica. En Gavrinis, el suelo
y la construcción de los bloques está pensado para la eternidad. Resulta
totalmente imposible transportar 250 toneladas de piedra compacta y situarla
en la posición circular de los menhires. Gavrinis existía cuando ni
siquiera había aparecido a consecuencia del último tiempo glaciar el mar que
ahora la rodea. La galería, flanqueada y decorada por monolitos, mide 13,10
metros. La «cámara mortuoria» tiene 2,60 metros de largo, 2,50 de ancho y
1,80 de alto. Esta cámara está rodeada de 6 gruesas columnas sobre las
que descansa un gigantesco techo pétreo de 3,70 x 2,50 metros. Consta también
de innumerables espirales y círculos que se entrecruzan y superponen unos
sobre otros como gruesos dedos macizos.
Un mundo misterioso y subterráneo arroja sombras caprichosas sobre la isla y esconde a la vez
un gran enigma matemático, eterno y legítimo para todas las generaciones
capaces de desafiar las leyes científicas. Gwenc'hlan Le Scouézec, genio matemático bretón, afirma que la milenaria composición pétrea puede
descifrarse fácilmente en la actualidad. La cuenta comienza como todas, por
el número uno. La sexta piedra es más pequeña y está más elevada que las otras, dejando al descubierto las huellas de la primera «señal» monolítica. Poco a poco va formándose el círculo, perfecto, matemáticamente ordenado y
compacto. La sexta piedra es también la única que sólo tiene una señal; todas las demás muestran más de una marca en su estructura. ¿Representa acaso la sexta piedra el número 6? ¿Era quizá una señal necesaria para efectuar
operaciones de cálculo?
Isla de Gavrinis |
Vista exterior del dolmen reconstruido |
NÚMEROS DE LA EDAD DE PIEDRA
El bloque pétreo número 21 de la galería presenta en su
parte inferior una señal. A continuación, pueden encontrarse 18 marcas similares perpendiculares que muestran el mismo grabado, una muestra que va de arriba a abajo,
verticalmente. Las cifras suman también 18 ó 3 veces 6. La multiplicación de 3
x 4 veces 5 x 6 suma 360 ó 60 veces 6. El resultado es, pues, el reflejo de un
enorme círculo cerrado.
Los números 3, 4, 5 y 6, escritos uno tras otro, forman
la cifra decimal 3456. Esta cifra está presente en el monolito número 21.
Dividiendo 3456 entre 21 obtenemos el número 164,57. Este número indica la
extensión del círculo, que tiene un diámetro de 52,38. El acimut del Sur está
concretamente a 52 grados, 38 minutos en el día del solsticio de verano. Hemos
dividido la cifra 3456 entre 21, hemos obtenido como resultado de esta división
el número 164,57, hemos descubierto también que esta cifra corresponde
fielmente a la extensión del círculo monolítico, que tiene un diámetro de
52,38; pero ¿qué ocurrirá si dividimos ambas cifras? 164,57: 52,38 = 3,14. Esta
cifra, 3,14, es el conocido número Pi, que indica en este caso la relación del
círculo con su propio diámetro.
La piedra número 21, con el conjunto de las 18 restantes, con forma de tres esquinas |
Piedra trasera de cierre número 18 con sus correspondientes marcas |
Cuando descubrí todas estas «casualidades» me quedé mudo de
estupor. Pero la isla de Gravinis me iba a deparar nuevas sorpresas, pues está
repleta de respuestas y pruebas aritméticas. Ante todo, debemos tener en
cuenta el número y la posición de los megalitos, que pueden integrarse en un
sistema matemático. Por un lado,tenemos el corredor derecho con 12 piedras;
por otro, la tumba megalítica con 6 piedras y en tercer lugar, las 11 piedras
del corredor izquierdo. Las dos primeras cifras: 12 y 6 suman 18, número que
corresponde exactamente a las marcas grabadas en el monolito número 21. ¿Pero
qué ocurre con la tercera cifra? Pensemos un poco. Si dividimos la cifra decimal
recibida anteriormente, 3456 entre 11, obtendremos como resultado el número
314.18. De nuevo, una combinación Pi. Si colocamos una coma en el número 3456
(34,56) y la dividimos entre 11, obtenemos otra vez 3,14, el número Pi.
Gravinis es un tesoro aritmético en el que están integrados y combinados tres
sistemas matemáticos diferentes: un sistema de seis cifras con sus correspondientes combinaciones, un sistema decimal y un sistema de 52 cifras. Basándose en el
tercer sistema se elaboró el calendario y las matemáticas de la cultura maya.
Pero en la ciencia aritmética de la isla Gavrinis no está reflejado únicamente
el número Pi, sino también auténticas fórmulas pitagóricas, ciclos lunares,
la dimensión de la Tierra y sus movimientos de rotación y traslación a lo largo
de un año de 365,25 días. Gwenc'hlan Le Scouézec, que descifró el misterioso
código matemático de Gavrinis, expresó su estupor con las siguientes palabras:
«Es posible que mis descubrimientos arrojen interpretaciones diferentes y que
muchos escépticos duden de mis teorías; sin embargo, es indudable que en
Gavrinis late un misterio milenario propio de una Inteligencia superior.»
Megalito numero 24, con el único "hacha" y sus múltiples marcas. |
MENSAJES EXTRATERRESTRES
¿En qué idioma nos comunicaríamos con seres extraterrestres
si conectáramos con ellos mediante una radio intergaláctica? La respuesta es
sencilla: utilizaríamos, sin duda, el lenguaje matemático, más fácil de
entender para los extraterrestres que el alemán, inglés o francés. En el
sistema dual de cualquier ordenador pueden sintetizarse sencillos códigos
binarios para conseguir la comunicación:
Los perfiles de un ser humano son fácilmente reconocibles.
Es simple matemática, pura lógica. En el año 1972 los EE.UU. lanzaron su
satélite PIONEER 10 con tal fin, satélite que consiguió ir más allá
de nuestro sistema solar. Lo mismo sucedió con el PIONEER 11, que despegó de
Cabo Kennedy el 6 de Abril de 1973 y exploró el Universo hasta el último
planeta de nuestro Sistema Solar. A bordo viajaba también una plataforma dorada
de 15,29x29 metros y 1,27 centímetros de grosor que contenía un código matemático
de comunicación para cualquier tipo de vida extraterrestre. También poseía un
sistema de registro y captación de información sobre las dimensiones de los
planetas y sus distancias respecto al Sol, que codificaba la información que
obtenía en un sistema binario.
¿Pero qué ocurriría
si este satélite penetrara en una cultura que no entendiera nada sobre
sistemas matemáticos binarios? ¿Mirarían extrañados hacia el cielo
preguntándose qué tipo de regalo les mandaban lo dioses? ¿Hablarían a sus hijos
sobre extrañas criaturas celestiales o nos considerarían elementos de un ritual
mágico y extranatural propio de seres inteligentes?
LA CONSECUENCIA
Los seres que se esconden tras el mensaje de Gavrinis han
calculado y previsto lo que el futuro descubriría sobre ellos. Ellos no nos
legaron únicamente un lenguaje matemático, sino tres. Nosotros lanzamos al
espacio naves espaciales, satélites capaces de escudriñar el Universo,
artefactos de aluminio con plataformas doradas, resistentes al paso de los
años. Ellos, los constructores de Gavrinis, dispusieron sus monolitos en una
fórmula eterna, resistente también al tiempo, desafiante.
Pero no queremos darnos cuenta de nada; desconfiamos de las
pruebas, dudamos de que haya existido otra vida antes de la nuestra, y si era
inteligente, aún dudamos más. De nuevo, quiero formular una pregunta a la
ciencia: ¿Hay vida inteligente sobre la Tierra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario