jueves, 7 de junio de 2012

HISTORIAS EXTRAÑAS: LOS VISITANTES



EL AUTOR NOS PINTA CON EL PINCEL DE LAS "REALIDADES PARALELAS", UN CUADRO INQUIETANTE DE LA MISTERIOSA TIAHUANACO Y SU PARENTESCO CON LOS MAESTROS DEL ESPACIO.
Una serie del Mayor Alvaro Pinedo A. (ONIFE-CEP. Bolivia)
Revista En La Cuarta Dimensión nº 154 (1987)

Entre celajes de sangre y el ópalo de las sierras que enmarcan el Titicaca, desciende,  fulgurante, majestuoso, el sol, semejante a un gran pectoral de oro pendiente en el azul tórax del cielo.
 Arduo fue el trabajo de aquel día. Los grandes esfuerzos realizados al extraer de su milenaria tumba, aquel monolito jorobado sin causarle deterioros, fueron muchos. Tuve que gritar, empujonear  y ayudar personalmente a los rudos peones aymarás, que a más de no comprender el castellano trabajaban con el miedo provenientes de las leyendas y supersticiones que dominaban  sus primitivas mentes. Todo aquel trajinar me dejó exhausto.
 Tendió su cuerpo sobre el angosto catre de campaña, dejando colgar sus brazos hasta que tocaron el suelo de tierra apisonada de su carpa. Relajó sus músculos doloridos y dejó vagar sus pensamientos por la densa bruma que rodeaba el pasado de aquellas enigmáticas ruinas. El trabajo de restauración del gran templo de  Kalasaaya era una obra monumental de la arqueología moderna. Cuando más se profundizaba ene el estudio de aquella misteriosa raza que creó a gigantesca civilización de Tiahuanacu, más desconcertante se hacía su origen. Largo rato anduvo merodeando por aquel ignoto pasado hasta que se fue adentrando en oscuro paraje de los sueños.

 Durmió algo, lo que todavía faltaba de la tarde, hasta que se hizo de noche. La llamada de su ayudante a la cena lo despertó. Mientras se dirigía a la carpa que servía de comedor al personal de ingenieros y arqueólogos que se encontraba en el campamento, sentía una rara sensación; algo danzaba ene su cerebro como un vago recuerdo. Las fantasías que llenaron su sueño no las podía precisar, ni darles su cabal significado. Esto le produjo un desasosiego molesto.
 Durante la comida poco habló con sus camaradas y ni bien terminó se disculpó y salió de inmediato.
 La noche estaba cuajada de estrellas. La Vía Láctea en todo su esplendor brillaba sobre la altipampa como el manto bordado de lentejuelas de un fabuloso bailarín del collado.
 Con el cuello levantado de su grueso sacón el joven arqueólogo dirigió sus pasos hacia el imponente muralla del templo.
 Largo rato estuvo deambulando sin rumbo, en sus meditaciones científicas gasta que, cansado, tomó asiento en una estela de piedra que aún no había sido puesta en el lugar que ocupara en el muro sur del gran templo. Soplaba una suave brisa, pero intensamente fría, que le congelaba las mejillas. La atmósfera era diáfana y ni una sola nube empañaba la noche. Las estrellas lucían con un brillo radiante, propio de aquellas alturas andinas. Contemplando aquellas fabulosas ruinas, producto de una civilización superior en muchas cosas a la contemporánea, y sumido en un sinfín de conjeturas, se encuentra absorto. Sus estudios y excavaciones no lo han llevado a una hipótesis lógica. Cada día trata de profundizar más en busca de la verdad sobre aquel asombroso pasado, pero se siente más desconcertado. Las preguntas que se plantea le martillan la mente; ¿quiénes construyeron aquella fantástica urbe?  ¿Qué origen tuvo? ¿Quiénes fueron capaces de crear aquella civilización en la que la astronomía, geometría, matemáticas y otras muchas otras ciencias ran conocidas perfectamente adelantándose milenios a su época?.

 Una voz lo sacó de su meditación: -“Buenas noches, ¿puedo hacerle compañía? ”-. Quien había hablado era un hombre de estatura elevada que se hallaba a pocos pasos de él. No había sentido su llegada, y a la luz de las estrellas pudo observar su aspecto: llevaba un poncho oscuro, al parecer de lana alpaca, que le llegaba hasta cerca de los tobillos; su cabeza descubierta lucía un cabello  de tonos dorados que le caía en ondulada melena hasta cerca de los hombros.
 Su aspecto era el de uno de los tantos turistas hippies que continuamente visitaban las ruinas. De principio la intromisión le causó cierto disgusto, ya que él había buscado la soledad par coordinar sus ideas. Disimuló su contrariedad y trató de ser amable.  Con tono cortes respondió:  -Encantado contemplemos este paisaje en el que duerme un pasado esplendoroso, lleno de misterio.
 Con un ademán le indicó tomar asiento a su lado. Un buen rato estuvieron sumidos en un silencio casi místico, hasta que el extranjero, con cierto acento raro pero en buen español preguntó:  -¿Qué opina usted sobre estas ruinas, quiénes cree que fueron sus constructores?
 Estas preguntas tocaron la llaga que atormentaban al arqueólogo y le produjo la necesidad de abrir una válvula de escape a su tensión emocional. Dando rienda suelta a sus pensamientos le habló a su ocasional compañero en forma vehemente:  -Esto es algo que me lo vengo preguntando a cada rato y por más que mi empeño y conocimientos tratan de dar una respuesta lógica no la encuentro. Es algo que me tiene obsesionado. ¿Quién pudo traer estas enormes rocas, muchas de las cuales pesan más de cien toneladas? Ni siquiera hay indicios de que conocieran la rueda ¿Cómo podían tallar las figuras geométricas que podemos observar? ¿Cómo adquirieron conocimientos tan avanzados en astronomía como para poder hacer el calendario venusiano que hay tallado en la Puerta Del  Sol,  sin telescopios como los que hoy poseemos? Existen mil enigmas más que nos revelan una cultura enorme, fantástica. Realmente no puedo contestar a estas preguntas,  pese ha haber dedicado todos mis estudios a esta parte de la arqueología americana.
 El énfasis puesto por el científico al contestar no pareció turbar en lo más mínimo ni sorprender  al extranjero, que tomando su rostro hacia él, le dirigió una mirada afectuosa, acompañada de una sonrisa que realzaba la armonía de sus facciones y el color dorado casi rojizo de sus ojos.  Con voz suave de barítono respondió:  -Quien sabe yo pueda ayudarlo en algo a resolver este gran misterio que lo viene atormentando.
 Esta respuesta hizo que se fijara con más atención en su acompañante. Tenía un rostro casi bello,  conservando rasgos varoniles en una cabellera rubia, suave y ondulada. Recién se fijó en lo raro del color de sus ojos. Era la primera vez que contemplaba este color rojizo en un ser humano. No tenía nada de desagradable. Por el contrario, denotaban una profunda paz interior. Ese conjunto de rasgos, iluminado por la pálida luz de las estrellas, daba algo de fantástico en aquel ser.
 ¿Qué podía saber aquel ocasional visitante de las ruinas, que no supiera él, que se pasaba días, meses y años, estudiándolas? Pero subyugado por la tremenda personalidad que de él emanaba contestó:
  -Le ruego que me diga todo lo que sabe sobre este sitio.
 -Le voy a contar una historia que me fue relatada hace mucho y que despertó en mí un gran deseo de visitar estas milenarias ruinas. Motivo por el que me tiene a su lado.
 Tras una pausa comenzó su narración en esos términos:
  –Antes quiero aclararle, aunque le cause asombro, que vengo de un planeta situado en un sistema solar parecido al de ustedes a once años- luz.
 Esta afirmación y la forma completamente natural en que hablaba le causaron gracia y pensó que se hallaba ante algún hippie en uno de sus desvaríos por causa de alguna droga, de las muchas que usan en nuestros t tiempos. Pero decidió escucharlo, ya que su conversación y sus maneras eran tranquilas. En esta forma trataría de huir a la realidad que le había estado torturando todo este tiempo. Decidió acompañar a su interlocutor a su mundo de fantasías, además, era un tipo agradable aunque algo raro. Prosiguiendo su charla continuó:
 -Nuestro sol, al igual que el de su mundo pertenece a la Vía Láctea como la llaman sus astrónomos. Es una de las miles de las galaxias que existen en el universo que en realidad son soles de los cuales, muchísimos como los nuestros, están rodeados de mundo en los que se encuentra la vida en sus más variadas formas.  Como un tributo sempiterno al creador. Es una isla más en el infinito archipiélago del universo.
 Hace ya varios milenios nuestras naves siderales descubrieron éste su mundo de belleza magnífica, entonces habitado por seres sumamente primitivos que se debatían en oscura noche de su lenta evolución.
 Varios de nuestro exploradores decidieron quedarse a colonizarlo,  a fin de sacar a aquellos pobre seres de su semi- animalidad, para la cual pidieron  permiso a las inteligencias que gobiernan nuestro planeta.
 El permiso les fue concedido a condición de que lo hicieran con sus propios medios sin la enorme tecnología de que disponemos, ya que no se puede interrumpir la evolución paulatina a la que está destinado cada mundo de acuerdo a los espíritus que encarnan en sus habitantes, de ahí que fueron muy pocos los pioneros que quedaron con pequeños equipos sumamente indispensables para poder sobrevivir en medios tan hostiles, estos hombres y algunas mujeres excepcionales que se figaron una tarea tan altruista como la de ayudar a salir del completo caos moral a aquellos seres de espíritu tan poco evolucionados. Contaban también con sus poderes cerebrales, que se asocian directamente con los espirituales.
 De allí nacieron grandes civilizaciones como la Babilónica, Asiria, Sumeria, Egipcia y otras muchas de Asia y África; en América las Mayas, Tolteca, Marcahuasi, Tiahuanacota, Incaica y otras.
 Como le manifesté, quedaron muy pocos equipos, limitando sus medios técnicos, empleando más bien sus facultades paranormales, como las denominan hoy sus psicólogos y psiquiatras. Mediante a telepatía pudieron entenderse con los habitantes de este mundo, aprender sus lenguas rudimentarias y darles una idea de la palabra escrita y la gramática, en gran parte ayudados por algunos aparatos que conservaron y en otras por el poder de a psicoquinesia y empleando la levitación, lograron construir los gigantescos palacios y templos de las ciudades que fundaron; forjaron dinastías que fueron aleccionadas en los poderes mentales y espirituales que todo ser humano tiene según la perfección a la que lo lleve su evolución espiritual, poderes heredados de la gran Inteligencia por los hijos de su creación en todo el cosmos.
 El extraño acompañante hizo una pausa y se cruzó de brazos en espera de algún comentario de parte del arqueólogo, al que en verdad su narración le había interesado y, aún más, despertado su curiosidad. Lo invitó a proseguir, sin hacer ningún comentario.
 -Siga, le ruego que continúe.
 -Hace unos doce mil años en estas regiones donde ahora nos encontramos, el lago Titicaca llegaba hasta este lugar y en sus orillas vivían diseminadas algunas tribus de Collas y Aymarás en pequeños Ayllus (1), entre los gélidos vientos de las cordilleras, siempre cubiertas de nieve. Tenían adaptaciones biológicas que les permitían vivir en esta atmósfera enrarecida por falta de oxígeno, debido a la gran altura, grandes pulmones, tórax muy desarrollado, constitución robusta en cuyas venas circulaba un litro más de sangre y un millón de glóbulos rojos por  milímetro cubico saturado de oxigeno.. Era un pueblo de montañeses casi animales. Hasta hoy en día sus lejanos descendientes, que habían el altiplano de su país y el Perú, conservan estas características, que los diferencia de los hombres de la costa. No sabían labrar la tierra. A parte de los animales y peses que lograban cazar a golpes de piedra con sus Huaracas (2), se alimentaban de raíces y tubérculos de algunas plantas  y el cogollo de la Tórtora, de la cual también fabricaban sus chozas, mezclándola con barro. También se comían  a los cautivos o muertos del enemigo en las continuas contiendas que sostenían con los Ayllus vecinos. Adoraban cualquier cosa que les causara miedo o asombro. No tenían idea de la existencia e inmortalidad del espíritu.
 De vez en cuando interrumpía su relato para mirar hacia las estrellas, permaneciendo en silencio, para luego continuar:
 -Cierta noche de aquellas remotas épocas, un objeto brillante atravesó el firmamento. Se detuvo cerca de la orilla del lago, permaneciendo bastante tiempo inmóvil en el espacio. Aquella estrella llamó la atención de los aborígenes y cuando comenzó a bajar, produjo un tremendo pánico. Se deslizó hasta una colina próxima y se posó en ella.
 Se conmocionaron los habitantes de la zona. Algunos quedaron mirando asombrados, otros corrían a buscar refugio en sus chozas o entre  los peñascos de las inmediaciones. El espanto duró toda la noche. Por la mañana  asomaron caras curiosas entre las rocas y las chozas de la aldea.
 La estrella ya no resplandecía como de noche pero el sol a tocarla con sus primeros rayos, que también asomaban curiosos entre las colinas, hacía saltar destellos de su pulida superficie.
 Aquel extraño peñasco que era para sus mentes, al mediodía se abrió dejando paso a una pareja de deslumbrantes seres. Con pausado paso avanzaron hacia el Ayllu. En las mentes de aquellas gentes solo había una explicación, eran dioses bajando del cielo, desde sus refugios pudieron ver aquellos seres; eran macho y hembra, de gran estatura y de una belleza jamás vista por ellos. Sus cabellos eran rayos del mismo sol, su piel blanca como la nieve que cubría las jibas de la cordillera. De pronto sus rudos sentidos empezaron a percibir palabras suaves que les indicaban acercarse. Les decían que eran sus protectores, que venían a enseñarles una vida mejor.

 Después de este primer contacto telepático fueron poco a poco venciendo el miedo y la agresividad de aquellos feroces aborígenes. La pareja de cosmonautas estuvo ocupada algunos días en este acercamiento, para luego informar a sus superiores, que ya estaban listos a quedarse entre aquellas criaturas, con el fin de hacerles dar unos pasos en su evolución.
 El sacrificio de aquellos misioneros del cosmos se consumó al partir la nave hacia su mundo de origen. Quedaron casi sin medios técnicos, sólo con su bagaje de conocimientos, y la fuerza de sus nobles espíritus, aislados para siempre de su maravilloso mundo. Por propia voluntad. Prueba del infinito amor a sus semejantes.
Trabajaron arduamente, acomodando sus artes y ciencias al medio ambiente en que se hallaban y a la mentalidad de aquellas gentes a quienes tenían que sacar paulatinamente de su bestialidad.
De allí surgió esta gran civilización megalítica, gobernada por los descendientes de aquella pareja.
Reinaron por mucho tiempo, haciendo progresar enormemente aquella comarca. Pero con el correr de los siglos sus lejanos descendientes empezaron a retrogradar, contaminados por las bajas pasiones heredadas de la mezcla de sangre con los nativos, mezcla que fue imponiéndose poco a poco tomando mayor porcentaje. Emplearon sus poderes en fines mezquinos y egoístas, dominando a sus semejantes hasta esclavizarlos, agrupándose en castas privilegiadas. Este fue el principio del fin de esta y todas las grandes civilizaciones que hoy ustedes, los arqueólogos, no logran explicar. De dónde provienen y por qué desaparecieron en forma tan misteriosa. Es por esto también que los antropólogos no se dan idea de cómo y por qué la evolución de los cavernícolas pitecántropus es interrumpida y el Homo Sapiens en toda su plenitud aparece en África, Mesopotamia y América, hace miles de años, sin dejar rastro del eslabón, que hoy sus estudiosos llaman perdido. Como lo están comprobando hoy sus arqueólogos, antropólogos y paleontólogos.
-Dígame ¿de dónde sacó usted esas extraordinarias hipótesis? Que pensando bien, no salen de la lógica, aunque sean bastante fantásticas.
-Tengo que decirle que se basan en hechos estrictamente históricos de mi planeta.
Había pasado un largo tiempo desde que comenzaron aquella charla. El viento altiplánico arreciaba su melodía inmemorial entre los macollos de la paja brava, lamiendo con su gélido soplo las desnudas rocas de las ruinas; Tocaba su quena en triste caluyo ante los imperturbables oídos de los grandes monolitos, mudos testigos del remoto esplendor de aquella civilización perdida en el tiempo.
En las altas mesetas de Los Andes las temperaturas bajan rápidamente, a más de 0 grados, por lo que el frío se torna insoportable. Como si ambos interlocutores se hubieran puesto de acuerdo, se levantaron y el extraño hombre tendió la mano al arqueólogo, despidiéndose de la forma más simple.
-Adiós, amigo, y hasta siempre.
Y se alejó con paso ágil entre las moles de piedra del templo, dirigiéndose hacia la pirámide de Akapana.
Lo vio alejarse perdiéndose entre los negros pliegues del poncho de la noche. La inquieta luz de los vientos en los oídos, le repetía las palabras del extranjero. El frío le comenzó a hacer las orejas y la nariz, pero permaneció un largo rato sin moverse, parado, cavilando sobre las fantasías de aquel hippie. ¿Quién era?  ¿De dónde había salido? ¿Hacia dónde se dirigía a esas horas?. En estas meditaciones lo sorprendió una luminosidad que salía detrás de la pirámide. Lentamente emergió una forma discoidal de considerable tamaño, que semejaba una luna de metal pulido y brillante. Este singular objeto fue tomando altura a bastante velocidad, adentrándose en la profunda bóveda del infinito, hasta ser un astro más entre los millares que conforman la Vía Láctea.
La visión lo dejó perplejo. Una vez más se preguntó en aquella noche de raros acontecimientos ¿De dónde provenía aquel extraordinario aparato? De pronto se hizo la luz en su mente. Comprendió que ésta aparición estaba estrechamente relacionada con el visitante que le había hecha tan fantásticas revelaciones.
Había tenido un encuentro con uno de aquellos señores del espacio. Un “Viracocha” de las milenarias leyendas de los habitantes del altiplano andino.
Con la cabeza metida entre el cuello de su sacón se dirigió a paso lento hacia su carpa. Tenía las respuestas al enigma que siempre le presentó Tiahuanaco, hasta llegar a obsesionarlo. Pero ¿quién podía creerle y mucho menos comprender las revelaciones que le confío el ser con quien había hablado? Correría el riesgo de que lo tomaran por un paranoico, o quien sabe creerían que había usado alguna droga que le produjo alguna alteración mental, o que todo era producto del exceso de trabajo.
Aquel gran secreto quedaría entre él y los visitantes del espacio. La aventura que vivió sólo serviría para hacerle comprender que la humanidad tendría que abolir el exclusivismo para dar paso a una verdad innegable. Y es que existen muchos astros poblados por seres inteligentes, dotados por un espíritu inmortal y que Dios es el elemento vital del cosmos, que puebla de seres maravillosos el universo, para su eterna gloria.

(1)    Aldeas
(2)    Mondas