EL AUTOR NOS PINTA CON EL
PINCEL DE LAS "REALIDADES PARALELAS", UN CUADRO INQUIETANTE DE LA MISTERIOSA
TIAHUANACO Y SU PARENTESCO CON LOS MAESTROS DEL ESPACIO.
Una serie del Mayor Alvaro Pinedo A. (ONIFE-CEP. Bolivia)
Revista En La Cuarta Dimensión nº 154 (1987)
Entre celajes de sangre y el ópalo de las sierras que
enmarcan el Titicaca, desciende,
fulgurante, majestuoso, el sol, semejante a un gran pectoral de oro
pendiente en el azul tórax del cielo.
Arduo fue el trabajo
de aquel día. Los grandes esfuerzos realizados al extraer de su milenaria
tumba, aquel monolito jorobado sin causarle deterioros, fueron muchos. Tuve que
gritar, empujonear y ayudar
personalmente a los rudos peones aymarás, que a más de no comprender el
castellano trabajaban con el miedo provenientes de las leyendas y
supersticiones que dominaban sus
primitivas mentes. Todo aquel trajinar me dejó exhausto.
Tendió su cuerpo
sobre el angosto catre de campaña, dejando colgar sus brazos hasta que tocaron
el suelo de tierra apisonada de su carpa. Relajó sus músculos doloridos y dejó
vagar sus pensamientos por la densa bruma que rodeaba el pasado de aquellas
enigmáticas ruinas. El trabajo de restauración del gran templo de Kalasaaya era una obra monumental de la arqueología
moderna. Cuando más se profundizaba ene el estudio de aquella misteriosa raza
que creó a gigantesca civilización de Tiahuanacu, más desconcertante se hacía
su origen. Largo rato anduvo merodeando por aquel ignoto pasado hasta que se
fue adentrando en oscuro paraje de los sueños.
Durmió algo, lo que
todavía faltaba de la tarde, hasta que se hizo de noche. La llamada de su
ayudante a la cena lo despertó. Mientras se dirigía a la carpa que servía de
comedor al personal de ingenieros y arqueólogos que se encontraba en el
campamento, sentía una rara sensación; algo danzaba ene su cerebro como un vago
recuerdo. Las fantasías que llenaron su sueño no las podía precisar, ni darles
su cabal significado. Esto le produjo un desasosiego molesto.
Durante la comida
poco habló con sus camaradas y ni bien terminó se disculpó y salió de
inmediato.
La noche estaba
cuajada de estrellas. La Vía Láctea en todo su esplendor brillaba sobre la
altipampa como el manto bordado de lentejuelas de un fabuloso bailarín del
collado.
Con el cuello
levantado de su grueso sacón el joven arqueólogo dirigió sus pasos hacia el
imponente muralla del templo.
Largo rato estuvo
deambulando sin rumbo, en sus meditaciones científicas gasta que, cansado, tomó
asiento en una estela de piedra que aún no había sido puesta en el lugar que
ocupara en el muro sur del gran templo. Soplaba una suave brisa, pero
intensamente fría, que le congelaba las mejillas. La atmósfera era diáfana y ni
una sola nube empañaba la noche. Las estrellas lucían con un brillo radiante,
propio de aquellas alturas andinas. Contemplando aquellas fabulosas ruinas,
producto de una civilización superior en muchas cosas a la contemporánea, y
sumido en un sinfín de conjeturas, se encuentra absorto. Sus estudios y
excavaciones no lo han llevado a una hipótesis lógica. Cada día trata de
profundizar más en busca de la verdad sobre aquel asombroso pasado, pero se
siente más desconcertado. Las preguntas que se plantea le martillan la mente;
¿quiénes construyeron aquella fantástica urbe? ¿Qué origen tuvo? ¿Quiénes fueron capaces de
crear aquella civilización en la que la astronomía, geometría, matemáticas y
otras muchas otras ciencias ran conocidas perfectamente adelantándose milenios
a su época?.
Una voz lo sacó de su
meditación: -“Buenas noches, ¿puedo hacerle compañía?
”-. Quien había hablado era un hombre de estatura elevada que se hallaba a
pocos pasos de él. No había sentido su llegada, y a la luz de las estrellas
pudo observar su aspecto: llevaba un poncho oscuro, al parecer de lana alpaca,
que le llegaba hasta cerca de los tobillos; su cabeza descubierta lucía un
cabello de tonos dorados que le caía en
ondulada melena hasta cerca de los hombros.
Su aspecto era el de
uno de los tantos turistas hippies que continuamente visitaban las ruinas. De
principio la intromisión le causó cierto disgusto, ya que él había buscado la
soledad par coordinar sus ideas. Disimuló su contrariedad y trató de ser
amable. Con tono cortes respondió: -Encantado
contemplemos este paisaje en el que duerme un pasado esplendoroso, lleno de
misterio.
Con un ademán le
indicó tomar asiento a su lado. Un buen rato estuvieron sumidos en un silencio
casi místico, hasta que el extranjero, con cierto acento raro pero en buen
español preguntó: -¿Qué opina usted sobre estas ruinas, quiénes cree que fueron
sus constructores?
Estas preguntas
tocaron la llaga que atormentaban al arqueólogo y le produjo la necesidad de
abrir una válvula de escape a su tensión emocional. Dando rienda suelta a sus
pensamientos le habló a su ocasional compañero en forma vehemente: -Esto es algo que me
lo vengo preguntando a cada rato y por más que mi empeño y conocimientos tratan
de dar una respuesta lógica no la encuentro. Es algo que me tiene obsesionado.
¿Quién pudo traer estas enormes rocas, muchas de las cuales pesan más de cien
toneladas? Ni siquiera hay indicios de que conocieran la rueda ¿Cómo podían
tallar las figuras geométricas que podemos observar? ¿Cómo adquirieron
conocimientos tan avanzados en astronomía como para poder hacer el calendario
venusiano que hay tallado en la Puerta Del Sol, sin telescopios como los que hoy poseemos?
Existen mil enigmas más que nos revelan una cultura enorme, fantástica.
Realmente no puedo contestar a estas preguntas,
pese ha haber dedicado todos mis estudios a esta parte de la arqueología
americana.
El énfasis puesto por
el científico al contestar no pareció turbar en lo más mínimo ni
sorprender al extranjero, que tomando su
rostro hacia él, le dirigió una mirada afectuosa, acompañada de una sonrisa que
realzaba la armonía de sus facciones y el color dorado casi rojizo de sus ojos.
Con voz suave de barítono respondió: -Quien sabe yo pueda ayudarlo
en algo a resolver este gran misterio que lo viene atormentando.
Esta respuesta hizo
que se fijara con más atención en su acompañante. Tenía un rostro casi bello, conservando rasgos varoniles en una cabellera
rubia, suave y ondulada. Recién se fijó en lo raro del color de sus ojos. Era
la primera vez que contemplaba este color rojizo en un ser humano. No tenía
nada de desagradable. Por el contrario, denotaban una profunda paz interior.
Ese conjunto de rasgos, iluminado por la pálida luz de las estrellas, daba algo
de fantástico en aquel ser.
¿Qué podía saber
aquel ocasional visitante de las ruinas, que no supiera él, que se pasaba días,
meses y años, estudiándolas? Pero subyugado por la tremenda personalidad que de
él emanaba contestó:
-Le ruego que me diga todo lo que sabe sobre este sitio.
-Le voy a contar una historia que me fue relatada hace mucho y
que despertó en mí un gran deseo de visitar estas milenarias ruinas. Motivo por
el que me tiene a su lado.
Tras una pausa
comenzó su narración en esos términos:
–Antes quiero
aclararle, aunque le cause asombro, que vengo de un planeta situado en un
sistema solar parecido al de ustedes a once años- luz.
Esta afirmación y la
forma completamente natural en que hablaba le causaron gracia y pensó que se
hallaba ante algún hippie en uno de sus desvaríos por causa de alguna droga, de
las muchas que usan en nuestros t tiempos. Pero decidió escucharlo, ya que su
conversación y sus maneras eran tranquilas. En esta forma trataría de huir a la
realidad que le había estado torturando todo este tiempo. Decidió acompañar a
su interlocutor a su mundo de fantasías, además, era un tipo agradable aunque
algo raro. Prosiguiendo su charla continuó:
-Nuestro sol, al igual que el de su mundo pertenece a la Vía
Láctea como la llaman sus astrónomos. Es una de las miles de las galaxias que
existen en el universo que en realidad son soles de los cuales, muchísimos como
los nuestros, están rodeados de mundo en los que se encuentra la vida en sus
más variadas formas. Como un tributo
sempiterno al creador. Es una isla más en el infinito archipiélago del universo.
Hace ya varios milenios nuestras naves siderales
descubrieron éste su mundo de belleza magnífica, entonces habitado por seres sumamente
primitivos que se debatían en oscura noche de su lenta evolución.
Varios de nuestro exploradores decidieron quedarse a
colonizarlo, a fin de sacar a aquellos
pobre seres de su semi- animalidad, para la cual pidieron permiso a las inteligencias que gobiernan
nuestro planeta.
El permiso les fue concedido a condición de
que lo hicieran con sus propios medios sin la enorme tecnología de que
disponemos, ya que no se puede interrumpir la evolución paulatina a la que
está destinado cada mundo de acuerdo a los espíritus que encarnan en sus
habitantes, de ahí que fueron muy pocos los pioneros que quedaron con pequeños
equipos sumamente indispensables para poder sobrevivir en medios tan hostiles,
estos hombres y algunas mujeres excepcionales que se figaron una tarea tan
altruista como la de ayudar a salir del completo caos moral a aquellos seres de
espíritu tan poco evolucionados. Contaban también con sus poderes cerebrales,
que se asocian directamente con los espirituales.
De allí nacieron grandes civilizaciones como
la Babilónica, Asiria, Sumeria, Egipcia y otras muchas de Asia y África; en
América las Mayas, Tolteca, Marcahuasi, Tiahuanacota, Incaica y otras.
Como le manifesté, quedaron muy pocos equipos,
limitando sus medios técnicos, empleando más bien sus facultades paranormales,
como las denominan hoy sus psicólogos y psiquiatras. Mediante a telepatía
pudieron entenderse con los habitantes de este mundo, aprender sus lenguas
rudimentarias y darles una idea de la palabra escrita y la gramática, en gran
parte ayudados por algunos aparatos que conservaron y en otras por el poder de
a psicoquinesia y empleando la levitación, lograron construir los gigantescos
palacios y templos de las ciudades que fundaron; forjaron dinastías que fueron
aleccionadas en los poderes mentales y espirituales que todo ser humano tiene
según la perfección a la que lo lleve su evolución espiritual, poderes
heredados de la gran Inteligencia por los hijos de su creación en todo el
cosmos.
El extraño
acompañante hizo una pausa y se cruzó de brazos en espera de algún comentario
de parte del arqueólogo, al que en verdad su narración le había interesado y,
aún más, despertado su curiosidad. Lo invitó a proseguir, sin hacer ningún
comentario.
-Siga, le ruego que continúe.
-Hace unos doce mil años en estas regiones donde ahora nos
encontramos, el lago Titicaca llegaba hasta este lugar y en sus orillas vivían
diseminadas algunas tribus de Collas y Aymarás en pequeños Ayllus (1), entre
los gélidos vientos de las cordilleras, siempre cubiertas de nieve. Tenían
adaptaciones biológicas que les permitían vivir en esta atmósfera enrarecida
por falta de oxígeno, debido a la gran altura, grandes pulmones, tórax muy
desarrollado, constitución robusta en cuyas venas circulaba un litro más de
sangre y un millón de glóbulos rojos por
milímetro cubico saturado de oxigeno.. Era un pueblo de montañeses casi
animales. Hasta hoy en día sus lejanos descendientes, que habían el altiplano
de su país y el Perú, conservan estas características, que los diferencia de
los hombres de la costa. No sabían labrar la tierra. A parte de los animales y
peses que lograban cazar a golpes de piedra con sus Huaracas (2), se alimentaban
de raíces y tubérculos de algunas plantas
y el cogollo de la Tórtora, de la cual también fabricaban sus chozas, mezclándola
con barro. También se comían a los
cautivos o muertos del enemigo en las continuas contiendas que sostenían con
los Ayllus vecinos. Adoraban cualquier cosa que les causara miedo o asombro. No
tenían idea de la existencia e inmortalidad del espíritu.
De vez en cuando interrumpía
su relato para mirar hacia las estrellas, permaneciendo en silencio, para luego
continuar:
-Cierta noche de aquellas remotas épocas, un objeto brillante atravesó
el firmamento. Se detuvo cerca de la orilla del lago, permaneciendo bastante
tiempo inmóvil en el espacio. Aquella estrella llamó la atención de los
aborígenes y cuando comenzó a bajar, produjo un tremendo pánico. Se deslizó
hasta una colina próxima y se posó en ella.
Se conmocionaron los habitantes de la zona.
Algunos quedaron mirando asombrados, otros corrían a buscar refugio en sus
chozas o entre los peñascos de las
inmediaciones. El espanto duró toda la noche. Por la mañana asomaron caras curiosas entre las rocas y las
chozas de la aldea.
La estrella ya no resplandecía como de noche
pero el sol a tocarla con sus primeros rayos, que también asomaban curiosos
entre las colinas, hacía saltar destellos de su pulida superficie.
Aquel extraño peñasco que era para sus mentes,
al mediodía se abrió dejando paso a una pareja de deslumbrantes seres. Con
pausado paso avanzaron hacia el Ayllu. En las mentes de aquellas gentes solo
había una explicación, eran dioses bajando del cielo, desde sus refugios
pudieron ver aquellos seres; eran macho y hembra, de gran estatura y de una
belleza jamás vista por ellos. Sus cabellos eran rayos del mismo sol, su piel
blanca como la nieve que cubría las jibas de la cordillera. De pronto sus rudos
sentidos empezaron a percibir palabras suaves que les indicaban acercarse. Les
decían que eran sus protectores, que venían a enseñarles una vida mejor.
Después de este primer contacto telepático
fueron poco a poco venciendo el miedo y la agresividad de aquellos feroces
aborígenes. La pareja de cosmonautas estuvo ocupada algunos días en este
acercamiento, para luego informar a sus superiores, que ya estaban listos a
quedarse entre aquellas criaturas, con el fin de hacerles dar unos pasos en su
evolución.
El sacrificio de aquellos misioneros del
cosmos se consumó al partir la nave hacia su mundo de origen. Quedaron casi sin
medios técnicos, sólo con su bagaje de conocimientos, y la fuerza de sus nobles
espíritus, aislados para siempre de su maravilloso mundo. Por propia voluntad.
Prueba del infinito amor a sus semejantes.
Trabajaron arduamente, acomodando
sus artes y ciencias al medio ambiente en que se hallaban y a la mentalidad de
aquellas gentes a quienes tenían que sacar paulatinamente de su bestialidad.
De allí surgió esta gran
civilización megalítica, gobernada por los descendientes de aquella pareja.
Reinaron por mucho tiempo, haciendo
progresar enormemente aquella comarca. Pero con el correr de los siglos sus
lejanos descendientes empezaron a retrogradar, contaminados por las bajas
pasiones heredadas de la mezcla de sangre con los nativos, mezcla que fue
imponiéndose poco a poco tomando mayor porcentaje. Emplearon sus poderes en
fines mezquinos y egoístas, dominando a sus semejantes hasta esclavizarlos,
agrupándose en castas privilegiadas. Este fue el principio del fin de esta y
todas las grandes civilizaciones que hoy ustedes, los arqueólogos, no logran explicar.
De dónde provienen y por qué desaparecieron en forma tan misteriosa. Es por
esto también que los antropólogos no se dan idea de cómo y por qué la evolución
de los cavernícolas pitecántropus es interrumpida y el Homo Sapiens en toda su
plenitud aparece en África, Mesopotamia y América, hace miles de años, sin
dejar rastro del eslabón, que hoy sus estudiosos llaman perdido. Como lo están
comprobando hoy sus arqueólogos, antropólogos y paleontólogos.
-Dígame ¿de dónde sacó usted esas extraordinarias hipótesis?
Que pensando bien, no salen de la lógica, aunque sean bastante fantásticas.
-Tengo que decirle que se basan en
hechos estrictamente históricos de mi planeta.
Había pasado un largo tiempo desde que comenzaron aquella
charla. El viento altiplánico arreciaba su melodía inmemorial entre los
macollos de la paja brava, lamiendo con su gélido soplo las desnudas rocas de
las ruinas; Tocaba su quena en triste caluyo ante los imperturbables oídos de
los grandes monolitos, mudos testigos del remoto esplendor de aquella
civilización perdida en el tiempo.
En las altas mesetas de Los Andes las temperaturas bajan
rápidamente, a más de 0 grados, por lo que el frío se torna insoportable. Como
si ambos interlocutores se hubieran puesto de acuerdo, se levantaron y el
extraño hombre tendió la mano al arqueólogo, despidiéndose de la forma más
simple.
-Adiós, amigo, y hasta siempre.
Y se alejó con paso ágil entre las moles de piedra del
templo, dirigiéndose hacia la pirámide de Akapana.
Lo vio alejarse perdiéndose entre los negros pliegues del
poncho de la noche. La inquieta luz de los vientos en los oídos, le repetía las
palabras del extranjero. El frío le comenzó a hacer las orejas y la nariz, pero
permaneció un largo rato sin moverse, parado, cavilando sobre las fantasías de
aquel hippie. ¿Quién era? ¿De dónde
había salido? ¿Hacia dónde se dirigía a esas horas?. En estas meditaciones lo
sorprendió una luminosidad que salía detrás de la pirámide. Lentamente emergió
una forma discoidal de considerable tamaño, que semejaba una luna de metal
pulido y brillante. Este singular objeto fue tomando altura a bastante
velocidad, adentrándose en la profunda bóveda del infinito, hasta ser un astro
más entre los millares que conforman la Vía Láctea.
La visión lo dejó perplejo. Una vez más se preguntó en
aquella noche de raros acontecimientos ¿De dónde provenía aquel extraordinario
aparato? De pronto se hizo la luz en su mente. Comprendió que ésta aparición
estaba estrechamente relacionada con el visitante que le había hecha tan fantásticas
revelaciones.
Había tenido un encuentro con uno de aquellos señores del
espacio. Un “Viracocha” de las milenarias leyendas de los habitantes del
altiplano andino.
Con la cabeza metida entre el cuello de su sacón se dirigió
a paso lento hacia su carpa. Tenía las respuestas al enigma que siempre le
presentó Tiahuanaco, hasta llegar a obsesionarlo. Pero ¿quién podía creerle y
mucho menos comprender las revelaciones que le confío el ser con quien había
hablado? Correría el riesgo de que lo tomaran por un paranoico, o quien sabe
creerían que había usado alguna droga que le produjo alguna alteración mental,
o que todo era producto del exceso de trabajo.
Aquel gran secreto quedaría entre él y los visitantes del
espacio. La aventura que vivió sólo serviría para hacerle comprender que la
humanidad tendría que abolir el exclusivismo para dar paso a una verdad
innegable. Y es que existen muchos astros poblados por seres inteligentes,
dotados por un espíritu inmortal y que Dios es el elemento vital del cosmos, que
puebla de seres maravillosos el universo, para su eterna gloria.
(1)
Aldeas
(2)
Mondas
No hay comentarios:
Publicar un comentario