jueves, 14 de septiembre de 2017

ASCENSO A LA MONTAÑA DEL DIABLO

 Compartimos en esta ocasión otro artículo sobre el misterioso volcán Llullaillaco (Revista Notinorte. Año XIII N° 139, 4 de Junio de 1993), que nos hizo llegar nuestro amigo y colaborador, el espeleólogo e investigador Javier Stagnaro, quien también buscó en su momento, junto al célebre explorador Julio Goyén Aguado y su equipo, desentrañar algunos de los enigmas de la sagrada montaña.

Es casi inaccesible, misterioso. Alberga construcciones de épocas remotas y atesora leyendas de dioses y tesoros. Es el volcán Llullayllaco, una de las cimas más altas de la Tierra. Con exclusividad, Notinorte entrevistó a varios integrantes de la expedición más reciente a sus entrañas. Este es el resultado.

"Pachamama bebe y masca la coca y la chicha, para que sea bueno este cerro. Para que los hombres caminen bien, para que no les suceda nada malo." (Fragmento de la oración a la
Pachamama). 

El expedicionario que se anime a pisar el Volcán Llullayllaco encomendará su suerte a la Madre Tierra y aceptará sin chistar las adversidades preparadas por los dioses, si ese día se levantaron de mal humor. El Llullayllaco es un lugar sagrado ubicado en el corazón de la puna salteña, en el límite con Chile. Hay que ser respetuoso de las leyes que allí imperan. No se puede dañar a la montaña "porque los espíritus se vengarán sin piedad", advierten los lugareños. Y tienen razón.

"Allí arriba existen cosas malignas"
 El Llullayllaco se eleva a 6.739 metros sobre el nivel del mar. Ocupa el sexto lugar entre los picos más altos de la Cordillera de los Andes y tiene apenas 200 metros menos que el Aconcagua. El cóndor y la vicuña son las únicas especies que pueden sobrevivir a las duras condiciones climáticas.  Popularmente se lo conoce como "La Montaña del Diablo", según la traducción del prestigioso americanista argentino Dr. Dick Edgar Ibarra Grasso. El término quichua "Llullayllaco", dice, significa "el sitio del que no puede dejar de mentir", y el gran mentiroso para todas las religiones es el Diablo.
 Etimología aparte, lo cierto es que la montaña tiene el nombre muy bien puesto. "Allí arriba existen cosas muy malignas", asegura con conocimiento de causa Horacio Casellas (55), director científico de la expedición organizada precisamente por la Fundación Ibarra Grasso, que en enero último ascendió al volcán.
 La misma fue financiada con aportes de empresas privadas y respaldada por la organización ecologista Greenpeace. El equipo estuvo integrado por el propio Casellas (director científico); Pedro Parodi (director cinematográfico); Juan Giménez (biólogo); Adrián y Diego Bermejo (libro de viaje y prensa); Miguel Douras (fotógrafo profesional); Gerónimo Pratolongo (ayudante de campo y relevamiento topográfico); Jorge Signorini (producción de cámaras); Esteban Zapir (camarógrafo) y Marcelo García (Sonidista).


 La construcción más alta de la Tierra 
 El objetivo del ascenso fue filmar un documental sobre el "Complejo Ceremonial de Altura", con la intención de difundir y preservar esas maravillas arqueológicas. "Esas ruinas son parte de nuestras raíces -explican Adrián (23) y Diego Bermejo (22)-. Filmarlas para promover su restauración es nuestra forma de preservar para la posteridad, como americanos y argentinos, algo que forma parte de nuestro complejo étnico, de nuestra cultura y nuestra herencia. Estas ruinas valiosas pueden disgregarse hasta su desaparición, si no son conservadas."
 El Complejo consiste en una serie de edificaciones escalonadas que se extienden desde los 4.200metros hasta la cima del Llullayllaco, y su altar, a 6.700 metros, fue calificado por el Libro Guinnéss de los Records como "la construcción humana más alta de la Tierra". 
 Se cree que fue erigido por una cultura que vivió en la zona antes de la llegada de Colón a América, que podríamos denominar de los "puneños" o "atacameños", y sus construcciones sirvieron tiempo después a los fines del Imperio Incaico a su llegada a ese lugar. Allí se efectuaban sacrificios humanos a los distintos dioses, y se rogaba a los cielos que lloviera sobre el valle y la meseta, trayendo beneficios y prosperidad a los pueblos.

Un mensaje para los dioses 
 Los rituales sagrados que efectuaban los incas rendían tributo a los Achachilas, que simbolizaban a sus antepasados. En esas ceremonias solían inmolar a un ser humano, y la persona elegida para el sacrificio debía ser pura de cuerpo y alma, virgen de toda relación sexual. Por ello, seleccionaban a criaturas de no más de 12 años. Una vez designada la víctima, se la vestía con ropas finas y se la adornaba con joyas. Luego, se la transportaba en angarillas hasta el Altar. "Los sacerdotes le susurraban al oído el mensaje que comunicaría frente a los dioses y se procedía al estrangulamiento con un cordón de lana de llama", narra Casellas. 
 A menudo, en lugar de un ser humano eran sacrificadas llamas u otros animales, o se enterraba una figurilla de oro o plata, en reemplazo de la criatura virgen. También podían quemarse en su lugar valiosos bienes, para que su esencia subiese al cielo. 
 A pesar de la certeza de aquellas ceremonias, en el Llullayllaco no se han encontrado aún momias de esos sacrificios humanos, como sí ocurrió en San Juan y en Chile, donde se hallaron un par de ellas.(1)  

Una aventura peligrosa
 Los primeros pasos que fueron gestando la expedición de la Fundación Ibarra Grasso fueron las charlas de los jóvenes Adrián y Diego Bermejo con Don Julio Goyén Aguado, presidente del Centro Argentino de Espeleología y con tres importantes expediciones al Llullayllaco en su haber en busca de una cavidad lávica, y con el propio Dr. Dick Edgar Ibarra Grasso, autor del libro "Argentina Indígena" y más de 30 obras antropológicas, quienes -por la peligrosidad de la aventura- intentaron hacerlos desistir de su idea. 
 El ascenso comenzó a cobrar visos de realidad cuando los Bermejo tomaron contacto con el museólogo Horacio Casellas, con experiencia en esa montaña y sus historias.
 El campamento base de la expedición fue instalado a los 4.900 metros de altura; el primer campamento intermedio, a los 5.700 metros; el segundo campamento intermedio, a los 6.150 metros, y la zona de exploración se definió entre los 6.550 y los 6.650 metros. 
 Ya a los 4.800 metros de altura, casi donde se ubicó el campamento base, se levanta en la montaña la primera gran edificación: el "tampu" o paradero, que era de los pastores. Su forma es circular y, si se permite la comparación, poseía varios ambientes. "Contaba con un depósito para los granos, tres habitaciones y un patio dividido en dos que era la parte del tampu donde se desarrollaban las tareas diarias", describe Casellas como si estuviera hablando de su propia casa. 
 Cerca de allí se encuentra el cementerio. Entre las tumbas ya devastadas se hallaron pequeñas piezas óseas que permiten suponen que bajo esas parcelas se sepultaron puneños, según Casellas. El puneño pertenece al grupo racial andino. También se encontraron cerámicas de tipo cuzqueño, lo que comprueba la influencia de los Incas, que habrían arribado a la zona como conquistadores.


El primer hombre y la primera mujer
 La Montaña del Diablo atesora numerosas historias acumuladas a lo largo de centurias. Más allá de la desaparición del Imperio Inca sobre la Tierra, se cuenta que los dioses le concedieron vida eterna a sus integrantes a través de las leyendas. 
 Una de ellas nos sitúa en el momento en que el cacique Atahualpa fue capturado por Pizarro. El conquistador pidió como rescate una cantidad de oro y plata igual al volumen de la habitación que ocupaba el jefe inca. Desde distintos puntos del Imperio arribaron enormes tesoros, pero el pago fue en vano: Pizarro mató a Atahualpa. Los súbditos del cacique suspendieron los envíos, pero en ese momento ya estaban en viaje siete sacos de cogote de llama repletos de joyas. Los incas -dice la tradición-, habrían enterrado ese tesoro en el Llullayllaco, para que no cayera en manos de sus enemigos.
 Otra leyenda, no menos conmovedora, habla de la existencia de la Pakarina en algún lugar de la cima del volcán. La Pakarina es, ni más ni menos, la matriz oscura de donde salieron el primer hombre y la primera mujer, su compañera...

Los alemanes no temen al Diablo 
 En este siglo y el anterior, fueron varias las expediciones documentadas que estuvieron en el Llulláyllaco. Cronológicamente, fue el explorador Phillipi quien mencionó primero la existencia del volcán, que todavía echaba humo, a mediados del siglo XIX. Mucho tiempo después, en 1953, ascendieron a él los alemanes Hans Rudel, héroe de la aviación en la guerra (realizó el escalamiento con su pierna de goma, pues fue herido en combate), Karl Morghen y Rolf Danel, quienes llegaron a la cima y descubrieron el altar que coronaba el Complejo Ceremonial de Altura. Por desgracia, como testimonio de la hazaña quedó en la montaña el cuerpo de Erwin Fritz Neubert, atrapado mortalmente en una de sus grietas.
 Algunos documentos dan a la versión que sostiene la visita de importantes jerarcas nazis al lugar, entre ellos Martín Bormann. ¿Por qué tanto interés? La respuesta tiene que ver con otra leyenda: sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, un submarino nazi recaló en Chile para descargar el tesoro del Banco del Reich; el propósito de la misión fue esconderlo en las cumbres inhóspitas del Llullayllaco para resucitar en el futuro la Alemania Nazi.

"Conviene que adelgaces"
 Los Dres. Salvador Mazza y Miguel Eduardo Jórg (el primero es el mismo cuyo nombre lleva el Mal de Chagas-Mazza; el segundo, era médico, biólogo y naturista) descubrieron en 1932 la Chungara del Llullayllaco, ubicada a 5.550 metros de altura. Esta es la cueva más alta de la tierra y albergó en el pasado remoto a caravanas de llamas y mulas, cuya presencia en sitios tan elevados sigue siendo aún hoy un misterio. 
 El largo máximo de la caverna llega a los 560 metros y parece ser un enorme cono, casi un cilindro, cuyo límite superior no es visible, pues la luz de las linternas se pierden en el vacío. Es una catedral del silencio y las tinieblas. Allí, el doctor Jórg cayó prisionero al desmoronarse la entrada y fue liberado a punto de desfallecer. Al ser liberado, el Dr. Mazza le dijo: "Nos hemos retrasado quince horas. Conviene que adelgaces si vamos a seguir con trabajos de esta suerte".
 A partir de 1956, el equipo de Matías Rébitsch persistió tres veces en sucesivos intentos por alcanzar el altar, por encargo de la Universidad de Insbruck. Finalmente, el Centro Argentino de Espeleología realizó tres viajes que dieron como resultado el redescubrimiento de la boca de la Chungara, de la propia Chungara y de piedras .filosas que fueron empleadas por habitantes de la zona 30.000 años atrás para machacar los huesos de las presas. Este hallazgo constituye el descubrimiento de la industria lítica más antigua de Sudamérica.


La enfermedad más temida
 Como sucede con otras montañas y lugares inaccesibles, los expedicionarios al Llullayllaco deben sortear numerosos peligros. En primer lugar, deben convivir con el apunamiento, cuyos síntomas son: falta de voluntad para moverse, falta de oxígeno (sensación de ahogo) y fuerte dolor de cabeza. Además, los exploradores tienen que enfrentar un micro clima de Puna que no es comparable con los demás. Tanto es así que un visitante del lugar aseguró: "Después de trepar la Montaña del Diablo, el Aconcagua lo subo corriendo". 
 La diarrea del viajero, otra penuria habitual, dura entre cuatro y seis días; deshidrata rápidamente a la persona y facilita el desarrollo de anginas. Pero la enfermedad más temida es la Locura de Altura: el individuo sufre un desequilibrio mental que cambia su carácter; puede convertirse en un ser agresivo o bien ver alucinaciones. Según testimonios, se cura con sueño profundo y medicamentos y la persona recuperada se olvida que estuvo dominada por la Locura. Si el enfermo no es controlado por sus acompañantes, puede volverse un problema y perjudicar los planes de trabajo; se sabe de un caso, por lo menos, en que un afectado por la Locura de Altura agredió con armas a sus compañeros.


Perdidos en la noche 
"El Volcán parece que palpita como el cuerpo de un ser humano. ¡El Llullayllaco tiene vida!", enfatizan Gerónimo Pratolongo (20) y Adrián y Diego Bermejo, tratando de definir esa emoción intransferible que sintieron en las alturas puneñas. Fiel a su mal carácter, el Llullayllaco los castigó duramente: estos tres estudiantes de antropología, expertos escaladores y con varias expediciones en su haber, estuvieron al borde de la muerte. 
 Una noche debieron salir al rescate de un grupo de compañeros que había quedado incomunicado en el segundo campamento intermedio, a 6.150 metros de altura. "Corrimos un riesgo enorme, pero era nuestra obligación", cuenta Adrián. Es que los expedicionarios tienen un pacto de honor: si un compañero está en peligro, hay que dar la vida por salvarlo.
 Adrián, Diego, Gerónimo y el subalférez Marcelo Coda, de la Gendarmería, que como suele hacerlo con las expediciones importantes prestó asistencia a los escaladores con un grupo de apoyo logístico, desafiaron al frío y la oscuridad. "De noche, los caminos que uno conoce de nada sirven porque cuesta mucho ubicarlos. Tanto es así que nos perdimos", narra Diego. El apunamiento los fatigaba y les pesaba hasta una cajita de fósforos. Estuvieron dando vueltas por la carpa durante cinco horas sin darse cuenta, pues estaba tapada por la nieve.
"A Gerónimo y a mí se nos empezaron a congelar las manos y los pies", comenta Diego. "Yo, sin embargo, sentía mucho calor", agrega Adrián. Mientras Coda había tomado otra ruta y había conseguido localizar el campamento, los tres amigos estaban en apuros: una fuerte tormenta los acechaba. La falta de oxígeno aletargaba sus organismos y también les provocaba alucinaciones. "En un momento, empezamos a escuchar ladridos -dice Adrián-. Después me pareció ver una foca, fui corriendo para atraparla y cuando estoy por llegar reacciono: estoy loco, no puede haber una foca aquí".
 La Montaña del Diablo los estaba arrullando como bebés para que durmiesen el sueño eterno.
"El cansancio es tan insoportable que uno quiere acostarse y descansar. En un primer momento te
relajas, pero así le das más chance a la muerte; el cuerpo se enfría y se congela pronto", advierte
Diego. Con todo, pudieron regresar al campamento; quizás el Volcán se apiadó de ellos y les perdonó la vida.
 Meses más tarde, los protagonistas del relato aparecen distendidos ante Notinorte. Tal vez ahora, a la distancia de aquella situación límite, la muerte les resulte menos cercana. La pregunta que siguió fue bastante elemental por parte del cronista:
 - ¿Cómo toman sus padres sus aventuras?
- "Bueno, ellos ya están resignados", responden entre sonrisas.
Adrián, Diego, Gerónimo y Horacio Casellas, que por su experiencia es elogiado por los jóvenes, saben que después del Llullayllaco sus vidas no serán las mismas. La Montaña del Diablo fue un poco su hogar. Los Incas, los Achachilas, la Dama Blanca y hasta los gendarmes son casi sus parientes.
- ¿Volverán algún día?
- "Sí, es muy probable, si se dan las condiciones y la Pachamama nos protege.


Informe: Daniel H. Artola
Edición: Rodolfo Gaspar

(1) Aclaración: esta expedición se realizó seis años antes del descubrimiento "oficial" de las momias de los niños Incas. Julio Goyén Aguado y su equipo de científicos y exploradores conocían desde hace varios años atrás el lugar y pensaban hallar las momias, hasta que la poderosa National Geographic y asociados llegaron primero.

martes, 5 de septiembre de 2017

EL ORO DE ATAHUALPA por MIGUEL CASELLAS

EN BUSCA DEL RESCATE DEL ÚLTIMO EMPERADOR INCA

La escueta arria de llamas marchaba con paso parejo. El viento helado de la Puna ahuecaba los coloridos ponchos de los arrieros Kollas. Por delante, el Jhatunñan ("Camino Grande") ó Incañan ("Camino del Inca") cono gran serpiente ocre, subía cerros y bajaba a valles, llevándolos hacia el Cuzco ("ombligo" o "centro") capital del Imperio Incaico. 
 Si los conductores de los cargados auquénidos hubieran conocido el Calendario Europeo, estaría transcurriendo para ellos el 30 de Agosto del año del Señor de 1533. Pero como no lo conocían, podrían haber hablado de la época en que la "talla" se clavaba en la tierra para sembrar el maíz y la papa, y se iba recogiendo también el pimiento y otras legumbres.
 Sólo el que los conducía, el Jhatuncuraca ("Jefe Grande"), quien lucía aros de oro en las orejas atravesadas por el mismo Emperador, podía haberles aclarado el punto. Pero ahora, su preocupación era otra. Mientras la nudosa mano cobriza apretaba el hacha y medía con fruncido ceño el camino que aún faltaba recorrer.
 Estaba retrasado. Y el castigo sería grande; posiblemente, la muerte para él y toda su familia. 
 Al compás del resonar muelle de los cascos de las karhuas (llamas) y las ushutas de los hombres, el dignatario pasó nuevamente revista a los hechos. Una vez más, hasta hallar donde estaba el error.
 Primero, la llegada de un mensajero con extrañas noticias. Los Viracochas, a pie 6 montados en seres similares al Wari (animal parecido al guanaco, pero más grande y con características del cóndor y puma) llegaron y violando la santidad del Hijo del Sol, lo sometieron a prisión.
 Quién sabe qué pecado pudo haber cometido para cine los dioses lo redujeran a ese estado. Obediente ante poderes tan superiores. todo el Imperio permaneció a la espera de los acontecimientos. 
 Y el Gran Jefe Kolla se mantuvo también en sus valles nativos, administrando los bienes del Inca, enviando periódicamente hacia el centro administrativo del Imperio sus arrias cargadas con el fruto de la tierra que correspondía al Sol y al Inca. 
 Y después, abruptamente, otro mensajero. Con noticias y órdenes. 
 Primero las noticias. Los Viracochas necesitaban Khori. El sudor del Inri dejaba caer sobre la tierra, y allí se endurecía, sin perder su brillo y color. El color y el brillo del Inti, el Sol. Y como él, sagrado. Por ello, sólo se utilizaba para hacer buscas (cosas sagradas) como los aros-insignia de su autoridad.  A cambio de la libertad del Sapa Inca, el Hijo del Sol, los Viracocha querían Khori. Todo el Tahuantinsuyu debería contribuir enviando el sagrado sudor del Inti al Cuzco. 
 Y la orden. Cada jefe de Ayllu, cada Runa (hombre), cada Wami (mujer), cada Amauta Willca (sacerdote) de cada poblado, debería entrega cuánto Khori tuviera. Personalmente, 6 en los templos y adoratorios a su cuidado. 
 Y así, lenta pero seguramente, el aporte de ese sector del Kollasuyu se fue completando. No era mucho, y no había tiempo para más. Se repartió en siete cogotes de llama (cortados en forma de bolsa desde el gañote hasta la espaldilla y cosidos en sus extremos) calculando que cada uno pesara exactamente treinta kilos, lo que suele cargar una llama. Si se le agrega un kilo más, el animal se arroja al suelo, negándose a marchar. Y ahora él, el Jhatuncuraca de esos valles, caminaba llevando doscientos diez kilos de Khori. Cuando llegara al Cuzco, se presentaría ante el Dios hijo de Inti, descalzo y portando él mismo una de las bolsas sobre su espalda, a la cuál habría agregado sus propios aros. 
 Con los ojos cerrados para no enceguecer con el brillo del Sapa Inca, rendiría su mayordomía y esperaría la muerte por llegar tan tarde. Interrumpiendo su meditación, los ojos entrenados del Jefe vieron algo. Un hombre venía corriendo por el camino. El sonido de la caracola ("pututu") conque se anunciaba, le dijeron, antes de distinguir el plumero blanco y la forma especial de correr, que era un "chasqui", un mensajero.
 Esbozando el gesto ritual de echarse de bruces y cubrirse los ojos, el hombre jadeó su mensaje. Mostraba consigo el cordón rojo (un trozo del "llautu" del Inca) que lo sindicaba como mensajero real. Y nadie hubiera dicho una mentira como la que estaba contando ahora, sabiendo que su castigo sería ser amarrado desnudo a un cardón con tiras de cuero húmedas, hasta ser devorado vivo por las alimañas... 
 Al oírlo, el Jefe sintió cómo su mundo se hundía alrededor. Pero exteriormente (práctica de toda una vida) permaneció impasible. Lo que aquél servidor decía era que el Sapa Inca había muerto. Por voluntad de los Viracochas, su espíritu había subido al Aanán Pacha, la morada del cielo ("Upa Marca") y allí se había reunido con su padre el Sol. Y los sabios amautas habían dictaminado que los Viracochas eran malos, hijos de Supay. Y que no era necesario entregarles más del sagrado Khori.  Mientras el fatigado servidor seguía su carrera hasta la más próxima posada, el Jefe puso su poncho sobre una roca, y se sentó a pensar. Como los sabios amautas le habían enseñado, cada hecho tenía seis caras, como un cubo, y no se podía decir que se lo conocía hasta no haber visualizado cada una de esas caras. Y tomó una decisión. 
 Adelante y más allá de su vista, abrazado por los dos Incañan, el de la costa y el de los cerros, estaba el más alto de éstos, el más sagrado. Aquél que en sus entrañas albergaba la enorme "chincana" (Cueva) que fuera la Pakarina o matriz primera de donde ellos, los Kollas, habían salido. El cerro donde, en distintos círculos había poderes benignos, pero también malignos. Donde Supay moraba a veces. Que por eso se lo llamaba con el debido respeto, el Llullay -llacú (el lugar del): "Que no puede dejar de mentir". Es decir, el lugar del Diablo. 
 Y un momento después. las afelpadas patas de las llamas volvían a su ritmo. En dirección ahora al enorme volcán que más tarde sería apodado el Centinela de la Puna. 
 Hasta aquí la leyenda. Una leyenda que es permanentemente contada por aquellos ponerlos que de uno y otro lado de la cordillera rompen su natural mutismo, por amistad o por influencia del alcohol, y se confían al extranjero. Y todos sabemos que en el fondo de cada leyenda, por fantástica que aparezca. se oculta una verdad. 
 Uno de los primeros en citarla en un trabajo científico, (articulo "In den Puna De Atacama", aparecido en 1958 en el Jahrbuch des Tiroler Alpenvereins). fue el alpinista e investigador austríaco Mathías Rebitsch. El trabajo, traducido por el Dr. Osvaldo Menghin, fue reproducido en los Anales de Arqueología y Etnología de la Univ. Nacional de Cuyo (Argentina) en 1966. 
 Aquél viajero, que efectuó dos expediciones al LLullayllaco, los describe en forma idílica: "En regularidad perfecta, surge con blancura de nieve inmaculada a una altura inconcebible, de los cerros violeta oscuros hacia el cielo azul acero de la Puna, hasta los 6.730 metros con filos de roca y lenguas de hielo. Una montaña maravillosa que invita a escalarla... totalmente aislada, es la montaña dominante del centro-norte de la Puna de Atacama. Cuando los Conquistadores españoles en el siglo XVI pasaron a su lado, todavía vieron surgir humo de su cumbre... cien años antes de aquellos habían pasado cerca los Incas en su gran campaña de conquista hacia Chile y habían construido una carretera militar paralela a la costa chilena y otra al Este, al pie de la cordillera. En el medio se hallaba el Llullayacu (Sic)".
 "Muchas leyendas giran todavía alrededor de él. y en las mentes de los trabajadores de La Casualidad (se refiere a la cercana mina de azufre, hoy semi abandonada, último lugar habitado antes de llegar al volcán) existe la acostumbrada historia de un tesoro incaico que fue salvado de los españoles ocultándolo en su cumbre".
 Esa misma historia le fue contada al autor de éstas líneas, ya en la década del ' 80, durante sus tres expediciones al lugar, hito demarcatorio de la frontera entre Salta (Argentina) y Chile. Pero volviendo a Rébitsch, que excava, en una región llamada Cementerio Inca. a 5.900 mts. , aproximados sobre nivel del mar, las minas de una construcción rectangular (quizás un "Tampu" o paradero incaico) es tal vez el primer europeo en denunciar, gracias a la alfarería cuzqueña hallada en el lugar, la presencia inca en el Llullayllaco, según un articulo del diario La Nación de Buenos Aires, del Jueves 1 de Junio de 1961. En nuestra segunda expedición pudimos ver "in situ" como testimonios de aquella excavación, trozos de alfarería de aquél origen.


 Vale la pena destacar que si bien es sabido que pese a su fama como expedicionario a los Andes y al Himalaya, y al apoyo del CONICET, el Museo Etnográfico de Bs.As. y el Ministerio de Educación del Tirol, Austria, a Rébitsch su excavación no autorizada en el Llullayllaco le costó una queja de la Pcia. de Salta y la apertura de un expediente por depredación del patrimonio cultural Nacional ...Pero retornemos al rescate del Inca.
 El Dr. Eduardo Jorg, médico, biólogo y naturalista argentino, perteneció durante 15 años a la Misión de Estudios sobre Patologías Regionales de la UBA; como tal, fue ayudante del ilustre Dr. Mazza, descubridor del mal que lleva su nombre, unido al de Chagas. Permaneció en Jujuy hasta 1945. En 1932, conoce a un guía poncho, Valeriano Pantoja, quien le habla del Llullayllaco y sus misterios, especialmente de la gran Chincana donde se ubicaba la Pakarina Kolla y también el escondite de los Siete Cogotes. Siguiendo sus indicaciones, al llegar al volcán, el Dr. Jorg y sus guías tienen la suerte de encontrarla y penetrar en su interior. El científico la describe como un cono, casi un cilindro, de planta oval cuyo largo máximo es de 560 mts.
  El techo no era visible, pese a haberlo buscado con una linterna de siete elementos voltaicos. En un sector del suelo se hallaron muestras de "tagala" (bosta de llama) y también estiércol de mula, fragmentos de botijos de agua u otra alfarería utilitaria, y aún testimonios de presencia europea, como botones, etc. Al salir por el estrecho túnel, el científico quedo atrapado, situación en la que permaneció varias horas, hasta que los puneños que lo acompañaban lograron ampliar el pasadizo. Evidentemente, la Chincana por primera vez había sido vista con ojos científicos. Pero, pese a posteriores expediciones en su búsqueda, nunca más fue hallada.
 Al amor de la hoguera, nuestro guía cuyo padre también había sido baquiano en el Llullayllaco, fue devanando historias. Sí, él le había oído a su padre y a otros hombres, acerca del oro del Inca. Sí, había sido ocultado en la Chincana. Sí, la Chincana existía en el corazón del Llullayllaco, y sería encontrada cuando los Achachilas que moraban en el volcán. y la Pacha Mama, la Madre Tierra o Madre del Tiempo. así lo quisieran. En honor a ellos, nosotros al llegar habíamos hecho el sacrificio con coca y alcohol en el centro del Tampu del Cementerio Inca, pidiéndoles en Quechua que nos fueran propicios...
 Sí. El Tesoro del Inca existe. Los Siete Cogotes llenos de oro están allí, ocultos en el corazón de la Chincana. Y serán hallados cuando los viejos dioses, aún vigentes en el mundo andino así lo quieran




Nota de H. Miguel Casellas (h) para la revista -suplemento- "Punto Azul" de Fabio Zerpa, editada entre 1998 y 2001. Casellas fue asiduo colaborador de la revista "Mas allá de la Cuarta Dimensión" (boletín ONIFE) dirigida por Fabio Zerpa desde sus primeros números.
 El agradecimiento de siempre para nuestro buen amigo Javier Stagnaro, quien colaboró con  este artículo de su soberbio archivo.