Es casi inaccesible, misterioso. Alberga construcciones de
épocas remotas y atesora leyendas de dioses y tesoros. Es el volcán
Llullayllaco, una de las cimas más altas de la Tierra. Con exclusividad,
Notinorte entrevistó a varios integrantes de la expedición más reciente a sus
entrañas. Este es el resultado.
"Pachamama bebe y masca la coca y la chicha, para que
sea bueno este cerro. Para que los hombres caminen bien, para que no les suceda
nada malo." (Fragmento de la oración a la
Pachamama).
El expedicionario que se anime a pisar el Volcán
Llullayllaco encomendará su suerte a la Madre Tierra y aceptará sin chistar las
adversidades preparadas por los dioses, si ese día se levantaron de mal humor.
El Llullayllaco es un lugar sagrado ubicado en el corazón de la puna salteña,
en el límite con Chile. Hay que ser respetuoso de las leyes que allí imperan.
No se puede dañar a la montaña "porque los espíritus se vengarán sin
piedad", advierten los lugareños. Y tienen razón.
"Allí arriba existen cosas malignas"
El Llullayllaco
se eleva a 6.739 metros sobre el nivel del mar. Ocupa el sexto lugar entre los
picos más altos de la Cordillera de los Andes y tiene apenas 200 metros menos
que el Aconcagua. El cóndor y la vicuña son las únicas especies que pueden
sobrevivir a las duras condiciones climáticas. Popularmente se lo conoce como
"La Montaña del Diablo", según la traducción del prestigioso
americanista argentino Dr. Dick Edgar Ibarra Grasso. El término quichua
"Llullayllaco", dice, significa "el sitio del que no puede dejar
de mentir", y el gran mentiroso para todas las religiones es el Diablo.
Etimología aparte, lo cierto es que la montaña tiene el nombre muy bien puesto. "Allí arriba existen cosas muy malignas", asegura con conocimiento de
causa Horacio Casellas (55), director científico de la expedición organizada
precisamente por la Fundación Ibarra Grasso, que en enero último ascendió al
volcán.
La misma fue financiada con aportes de empresas privadas y respaldada
por la organización ecologista Greenpeace. El equipo estuvo integrado por el
propio Casellas (director científico); Pedro Parodi (director cinematográfico);
Juan Giménez (biólogo); Adrián y Diego Bermejo (libro de viaje y prensa);
Miguel Douras (fotógrafo profesional); Gerónimo Pratolongo (ayudante de campo y relevamiento topográfico); Jorge Signorini (producción de
cámaras); Esteban Zapir (camarógrafo) y Marcelo García (Sonidista).
La
construcción más alta de la Tierra
El objetivo del ascenso fue filmar un
documental sobre el "Complejo Ceremonial de Altura", con la intención
de difundir y preservar esas maravillas arqueológicas. "Esas ruinas son
parte de nuestras raíces -explican Adrián (23) y Diego Bermejo (22)-. Filmarlas
para promover su restauración es nuestra forma de preservar para la posteridad,
como americanos y argentinos, algo que forma parte de nuestro complejo étnico,
de nuestra cultura y nuestra herencia. Estas ruinas valiosas pueden disgregarse
hasta su desaparición, si no son conservadas."
El Complejo consiste en una
serie de edificaciones escalonadas que se extienden desde los 4.200metros hasta la cima del Llullayllaco, y su altar,
a 6.700 metros, fue calificado por el Libro Guinnéss de los Records como
"la construcción humana más alta de la Tierra".
Se cree que fue
erigido por una cultura que vivió en la zona antes de la llegada de Colón a
América, que podríamos denominar de los "puneños" o
"atacameños", y sus construcciones sirvieron tiempo después a los
fines del Imperio Incaico a su llegada a ese lugar. Allí se efectuaban
sacrificios humanos a los distintos dioses, y se rogaba a los cielos que
lloviera sobre el valle y la meseta, trayendo beneficios y prosperidad a los
pueblos.
Un mensaje para los dioses
Los rituales sagrados que
efectuaban los incas rendían tributo a los Achachilas, que simbolizaban a sus
antepasados. En esas ceremonias solían inmolar a un ser humano, y la persona
elegida para el sacrificio debía ser pura de cuerpo y alma, virgen de toda relación
sexual. Por ello, seleccionaban a criaturas de no más de 12 años. Una vez
designada la víctima, se la vestía con ropas finas y se la adornaba con joyas.
Luego, se la transportaba en angarillas hasta el Altar. "Los sacerdotes le
susurraban al oído el mensaje que comunicaría frente a los dioses y se procedía
al estrangulamiento con un cordón de lana de llama", narra Casellas.
A
menudo, en lugar de un ser humano eran sacrificadas llamas u otros animales, o
se enterraba una figurilla de oro o plata, en reemplazo de la criatura virgen.
También podían quemarse en su lugar valiosos bienes, para que su esencia subiese
al cielo.
A pesar de la certeza de aquellas ceremonias, en el Llullayllaco no
se han encontrado aún momias de esos sacrificios humanos, como sí ocurrió en
San Juan y en Chile, donde se hallaron un par de ellas.(1)
Una aventura peligrosa
Los primeros pasos que fueron
gestando la expedición de la Fundación Ibarra Grasso fueron las charlas de los
jóvenes Adrián y Diego Bermejo con Don Julio Goyén Aguado, presidente del
Centro Argentino de Espeleología y con tres importantes expediciones al
Llullayllaco en su haber en busca de una cavidad lávica, y con el propio Dr.
Dick Edgar Ibarra Grasso, autor del libro "Argentina Indígena" y más de 30 obras
antropológicas, quienes -por la peligrosidad de la aventura- intentaron
hacerlos desistir de su idea.
El ascenso comenzó a cobrar visos de realidad
cuando los Bermejo tomaron contacto con el museólogo Horacio Casellas, con
experiencia en esa montaña y sus historias.
El campamento base de la expedición
fue instalado a los 4.900 metros de altura; el primer campamento intermedio, a
los 5.700 metros; el segundo campamento intermedio, a los 6.150 metros, y la
zona de exploración se definió entre los 6.550 y los 6.650 metros.
Ya a los
4.800 metros de altura, casi donde se ubicó el campamento base, se levanta en
la montaña la primera gran edificación: el "tampu" o paradero, que
era de los pastores. Su forma es circular y, si se permite la comparación,
poseía varios ambientes. "Contaba con un depósito para los granos, tres
habitaciones y un patio dividido en dos que era la parte del tampu donde se desarrollaban las tareas diarias",
describe Casellas como si estuviera hablando de su propia casa.
Cerca de allí
se encuentra el cementerio. Entre las tumbas ya devastadas se hallaron pequeñas
piezas óseas que permiten suponen que bajo esas parcelas se sepultaron puneños,
según Casellas. El puneño pertenece al grupo racial andino. También se encontraron
cerámicas de tipo cuzqueño, lo que comprueba la influencia de los Incas, que
habrían arribado a la zona como conquistadores.
El primer hombre y la primera mujer
La Montaña del Diablo
atesora numerosas historias acumuladas a lo largo de centurias. Más allá de la
desaparición del Imperio Inca sobre la Tierra, se cuenta que los dioses le
concedieron vida eterna a sus integrantes a través de las leyendas.
Una de
ellas nos sitúa en el momento en que el cacique Atahualpa fue capturado por
Pizarro. El conquistador pidió como rescate una cantidad de oro y plata igual
al volumen de la habitación que ocupaba el jefe inca. Desde distintos puntos
del Imperio arribaron enormes tesoros, pero el pago fue en vano: Pizarro mató a
Atahualpa. Los súbditos del cacique suspendieron los envíos, pero en ese
momento ya estaban en viaje siete sacos de cogote de llama repletos de joyas.
Los incas -dice la tradición-, habrían enterrado ese tesoro en el Llullayllaco,
para que no cayera en manos de sus enemigos.
Otra leyenda, no menos conmovedora,
habla de la existencia de la Pakarina en algún lugar de la cima del volcán. La
Pakarina es, ni más ni menos, la matriz oscura de donde salieron el primer hombre
y la primera mujer, su compañera...
Los alemanes no temen al Diablo
En este siglo y el anterior,
fueron varias las expediciones documentadas que estuvieron en el Llulláyllaco.
Cronológicamente, fue el explorador Phillipi quien mencionó primero la
existencia del volcán, que todavía echaba humo, a mediados del siglo XIX. Mucho
tiempo después, en 1953, ascendieron a él los alemanes Hans Rudel, héroe de la
aviación en la guerra (realizó el escalamiento con su pierna de goma, pues fue
herido en combate), Karl Morghen y Rolf Danel, quienes llegaron a la cima y
descubrieron el altar que coronaba el Complejo Ceremonial de Altura. Por desgracia,
como testimonio de la hazaña quedó en la montaña el cuerpo de Erwin Fritz
Neubert, atrapado mortalmente en una de sus grietas.
Algunos documentos dan a
la versión que sostiene la visita de importantes jerarcas nazis al lugar, entre
ellos Martín Bormann. ¿Por qué tanto interés? La respuesta tiene que ver con otra
leyenda: sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, un submarino nazi recaló
en Chile para descargar el tesoro del Banco del Reich; el propósito de la
misión fue esconderlo en las cumbres inhóspitas del Llullayllaco para resucitar
en el futuro la Alemania Nazi.
"Conviene que adelgaces"
Los Dres. Salvador Mazza
y Miguel Eduardo Jórg (el primero es el mismo cuyo nombre
lleva el Mal de Chagas-Mazza; el segundo, era médico, biólogo y naturista)
descubrieron en 1932 la Chungara del Llullayllaco, ubicada a 5.550 metros de
altura. Esta es la cueva más alta de la tierra y albergó en el pasado remoto a
caravanas de llamas y mulas, cuya presencia en sitios tan elevados sigue siendo
aún hoy un misterio.
El largo máximo de la caverna llega a los 560 metros y
parece ser un enorme cono, casi un cilindro, cuyo límite superior no es
visible, pues la luz de las linternas se pierden en el vacío. Es una catedral
del silencio y las tinieblas. Allí, el doctor Jórg cayó prisionero al
desmoronarse la entrada y fue liberado a punto de desfallecer. Al ser liberado,
el Dr. Mazza le dijo: "Nos hemos retrasado quince horas. Conviene que
adelgaces si vamos a seguir con trabajos de esta suerte".
A partir de
1956, el equipo de Matías Rébitsch persistió tres veces en sucesivos intentos
por alcanzar el altar, por encargo de la Universidad de Insbruck. Finalmente,
el Centro Argentino de Espeleología realizó tres viajes que dieron como
resultado el redescubrimiento de la boca de la Chungara, de la propia Chungara
y de piedras .filosas que fueron empleadas por habitantes de la zona 30.000
años atrás para machacar los huesos de las presas. Este hallazgo constituye el
descubrimiento de la industria lítica más antigua de Sudamérica.
La enfermedad más temida
Como sucede con otras montañas y
lugares inaccesibles, los expedicionarios al Llullayllaco deben sortear
numerosos peligros. En primer lugar, deben convivir con el apunamiento, cuyos
síntomas son: falta de voluntad para moverse, falta de oxígeno (sensación de
ahogo) y fuerte dolor de cabeza. Además, los exploradores tienen que enfrentar
un micro clima de Puna que no es comparable con los demás. Tanto es así que un
visitante del lugar aseguró: "Después de trepar la Montaña del Diablo, el
Aconcagua lo subo corriendo".
La diarrea del viajero, otra penuria
habitual, dura entre cuatro y seis días; deshidrata rápidamente a la persona y
facilita el desarrollo de anginas. Pero la enfermedad más temida es la Locura
de Altura: el individuo sufre un desequilibrio mental que cambia su carácter;
puede convertirse en un ser agresivo o bien ver alucinaciones. Según
testimonios, se cura con sueño profundo y medicamentos y la persona recuperada
se olvida que estuvo dominada por la Locura. Si el enfermo no es controlado por
sus acompañantes, puede volverse un problema y perjudicar los planes de
trabajo; se sabe de un caso, por lo menos, en que un afectado por la Locura de
Altura agredió con armas a sus compañeros.
Perdidos en la noche
"El Volcán parece que palpita como
el cuerpo de un ser humano. ¡El Llullayllaco tiene vida!", enfatizan
Gerónimo Pratolongo (20) y Adrián y Diego Bermejo, tratando de definir esa
emoción intransferible que sintieron en las alturas puneñas. Fiel a su mal carácter,
el Llullayllaco los castigó duramente: estos tres estudiantes de antropología,
expertos escaladores y con varias expediciones en su haber, estuvieron al borde
de la muerte.
Una noche debieron salir al rescate de un grupo de compañeros que
había quedado incomunicado en el segundo campamento intermedio, a 6.150 metros
de altura. "Corrimos un riesgo enorme, pero era nuestra obligación",
cuenta Adrián. Es que los expedicionarios tienen un pacto de honor: si un
compañero está en peligro, hay que dar la vida por salvarlo.
Adrián, Diego, Gerónimo y el subalférez Marcelo Coda, de la Gendarmería,
que como suele hacerlo con las expediciones importantes prestó asistencia a los
escaladores con un grupo de apoyo logístico, desafiaron al frío y la oscuridad.
"De noche, los caminos que uno conoce de nada sirven porque cuesta mucho
ubicarlos. Tanto es así que nos perdimos", narra Diego. El apunamiento los
fatigaba y les pesaba hasta una cajita de fósforos. Estuvieron dando vueltas
por la carpa durante cinco horas sin darse cuenta, pues estaba tapada por la nieve.
"A Gerónimo y a mí se nos empezaron a congelar las
manos y los pies", comenta Diego. "Yo, sin embargo, sentía mucho
calor", agrega Adrián. Mientras Coda había tomado otra ruta y había conseguido
localizar el campamento, los tres amigos estaban en apuros: una fuerte tormenta
los acechaba. La falta de oxígeno aletargaba sus organismos y
también les provocaba alucinaciones. "En un momento, empezamos a escuchar
ladridos -dice Adrián-. Después me pareció ver una foca, fui corriendo para
atraparla y cuando estoy por llegar reacciono: estoy loco, no puede haber una
foca aquí".
La Montaña del Diablo los estaba arrullando como bebés para que
durmiesen el sueño eterno.
"El cansancio es tan insoportable que uno quiere
acostarse y descansar. En un primer momento te
relajas, pero así le das más chance a la muerte; el cuerpo
se enfría y se congela pronto", advierte
Diego. Con todo, pudieron regresar al campamento; quizás el
Volcán se apiadó de ellos y les perdonó la vida.
Meses más tarde, los protagonistas del relato aparecen
distendidos ante Notinorte. Tal vez ahora, a la distancia de aquella situación
límite, la muerte les resulte menos cercana. La pregunta que siguió fue
bastante elemental por parte del cronista:
- ¿Cómo toman sus padres sus aventuras?
- "Bueno, ellos ya están resignados", responden
entre sonrisas.
Adrián, Diego, Gerónimo y Horacio Casellas, que por su
experiencia es elogiado por los jóvenes, saben que después del Llullayllaco sus
vidas no serán las mismas. La Montaña del Diablo fue un poco su hogar. Los
Incas, los Achachilas, la Dama Blanca y hasta los gendarmes son casi sus
parientes.
- ¿Volverán algún día?
- "Sí, es muy probable, si se dan las condiciones y la
Pachamama nos protege.
Informe: Daniel H. Artola
Edición: Rodolfo Gaspar
(1) Aclaración: esta expedición se realizó seis años antes del descubrimiento "oficial" de las momias de los niños Incas. Julio Goyén Aguado y su equipo de científicos y exploradores conocían desde hace varios años atrás el lugar y pensaban hallar las momias, hasta que la poderosa National Geographic y asociados llegaron primero.
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