jueves, 25 de febrero de 2021

EL CERRO DE "LAS LUCES DEL DIABLO" POR RUBÉN SPAGGIARI

 

 




Cuando alguien se dedica durante años a investigar en el campo de los ovnis, aprende a trabajar con rigor y método. Pero, aun así, es casi imposible que se acostumbre a no participar emotivamente de cada experiencia o a no evaluar subjetivamente el comportamiento y los relatos de los testigos.

  Muchos de los casos de aparición de ovnis no se encuadran dentro de las pautas y reglas exigidas por el pensamiento racional, y es necesario realizar cotidianamente el esfuerzo de enfrentar tales hechos con la objetividad requerida para realizar una investigación seria, en especial cuando un caso determinado carece de pruebas contundentes e irrefutables.

 Una de las experiencias que recuerdo con más interés y nostalgia -por las razones que surgirán de mi relato- es la que viví en Hualfin. Este es un pequeño caserío rural, perdido entre los cerros y las quebradas de la provincia de Catamarca, pleno de color y sumido en la mansa tranquilidad de su paisaje y sus ríos estivales, que se vuelven traicioneros cuando el deshielo despierta su furia que todo lo arrasa.  La riqueza de los minerales contenidos en las estribaciones serranas de la región cambia allí la fisonomía del paisaje; en sus desérticas mesetas se alza Farallón Negro, uno de los yacimientos auríferos más importantes de Argentina. Allí también hay puzolana, estaño y uranio, cuyos yacimientos son explotados exclusivamente por la Comisión Nacional de Energía Atómica.

  La zona también es rica en historia y constituye un centro arqueológico conocido, aunque no explorado exhaustivamente. Se dice que en esos parajes el capitán Saldivar enterró parte del tesoro del virrey Sobremonte, después de la muerte de éste, por no poder llevar las pesadas bolsas consigo a Chile. También pasó por la región el general Lavalle, al encuentro de su trágico destino, que aún lo sobrevive. Allí intentó apropiarse de los caballos que sus hombres necesitaban, pero fue cercado junto con ellos por la peonada armada de la propietaria de esas tierras -bisabuela de mi anfitrión e interlocutor en Hualfín-. De ella recibió Lavalle una bofetada, tras lo cual le fueron proporcionados los caballos requeridos.

 Tal es el lugar, tal su historia lejana. Allí se encuentran las tierras del tronco familiar Leguizamón-Saravia, y en ellas se yergue el cerro Azampay, que en la lengua de los antiguos pobladores de la región (los diaguito-cal-chaquíes) significa "lugar donde baja el diablo" o “luces del diablo", y tiene desde siempre una historia particular y extraña.

 Llegué a Hualfín en noviembre de 1981, para realizar un relevamiento arqueológico, en compañía del ingeniero Slavo Poze Brazda, que se proponía efectuar un estudio de factibilidad minera para un proyecto que estaba a punto de concretarse. Allí nos recibió Don Aníbal Leguizamón, comandante retirado de Gendarmería Nacional e ingeniero, cordial anfitrión y amigo que, a partir de ese instante, se convertiría en nuestro guía.  Don Aníbal, como lo llamaba todo el mundo, aparentaba algo menos de 70 años. Al tiempo me enteré que, cansado de residir en Buenos Aires, había decidido trasladarse a la tierra de sus antepasados. No lo había hecho para concretar un sueño sino porque —gravemente enfermo de cáncer— había apostado a la vida; al radicarse en Hualfin se había tratado con “sales de kollpa" (sedimentos de las aguas de vertiente), curándose. Vivía una vida intensa con su segunda esposa y sus hijos casi adolescentes, en una humilde casita sobre la Ruta 40. Allí lo recuerdo, en las largas tertulias de sobremesa, junto a los chicos y su esposa, a la luz de un farol “sol de noche", dialogando sobre historia y política, temas que le apasionaban y que había vivido plenamente. Esas jornadas compartidas sellaron una linda amistad, que se manifestó en sus confidencias y relatos sobre hechos y cosas de su Hualfín. Hace muy poco me enteré de su no muy lejano fallecimiento, lo cual me motivó doblemente a contar por escrito algunas de las experiencias que viví con él, allí, en Hualfín.



 Una noche, antes de cenar, el ingeniero Slavo y yo vimos varias luces centelleantes que se desplazaban horizontalmente sobre el fondo del cielo recién oscurecido y parecían salir desde atrás de la oscura mole del cerro Azampay, lejano y de difícil acceso. Le comenté a Don Aníbal lo que había visto y le manifesté mi interés por este tipo de fenómenos. Eso bastó para que, luego de cenar y mientras su esposa levantaba los cubiertos de la mesa para luego reunirse con nosotros, Don Aníbal me contara lo siguiente (tal como quedó registrado en la grabación que conservo):

-Ocurrió el 27 de diciembre de 1980, a las 2 y 30 de la madrugada. Me había levantado para ir al baño -en las zonas rurales el baño se levanta cerca de la vivienda y no dentro de ella, por lo cual para utilizarlo se debe salir de la casa-. Como estaba construyéndolo, todavía no tenía techo, así que podía ver el cielo. Estaba allí cuando todo comenzó a iluminarse con una luz casi blanca y muy intensa, incluyendo el cielo. Fue tal mi asombro que salí fuera del baño y, al mirar hacia arriba, pude ver que la luz no provenía del cielo sino de un objeto en forma de disco que, muy lentamente, se desplazaba en dirección al Norte. Acostumbrado a realizar triangulaciones, pude determinar que el objeto tenía unos 400 metros de diámetro. Rápidamente, y dentro de la excitación del momento, llamé a mi esposa y a los chicos para que fueran testigos de ello, y así, juntos, pudimos observar cómo el objeto se alejaba y paulatinamente decaía la luminosidad.  

Se dio un respiro y prosiguió:

—La observación total habrá durado unos 15 a 20 minutos, en total silencio y sin ningún otro tipo de manifestación que no fuera la luz que despedía el objeto. No puedo precisar si era metálico, ya que por lo intenso de la luz no podíamos ver más nada, pero si que la forma que tenía era la de un gran plato, aunque nunca lo habíamos visto de ese tamaño, ya que luces y discos luminosos que salían de la compuerta del cerro hemos visto siempre, pero como este ¡nunca!...

A esta altura del relato, acostumbrado como estoy a recibir información de testigos sobre distintas experiencias y observaciones, no me llamó la atención la versión de Don Aníbal, pero si las dimensiones del objeto y la mención de la "compuerta" del cerro, de la que por ese entonces yo aun no había oído hablar, versión que fue corroborada tanto por su esposa como por sus hijos.

 A partir de ese momento, decidí grabar sistemáticamente cuanto se dijera al respecto y le pedí autoriza-ción a Don Aníbal para hacerlo. Todo lo que transcribo está tornado del registro completo, que abarca varias horas de conversación.

-¿Siempre salen luces del cerro?¿Cómo salen?

 -Algunas veces vemos "abrirse una luz", de la que salen.

 -Explíqueme eso de "abrirse una luz"...

 -...en la pared del cerro, corno si se abriera una puerta de un lugar con mucha luz.

 -Cuénteme qué pasa después.

 -Vemos salir las luces en distintas direcciones.

 -¿Las vieron regresar e ingresar y “abrirse la luz”?

 -No. Cuando regresan se meten dentro sin que se "abra la luz".

 -¿Desde cuándo se observa esto?

 -Desde siempre; es común que los pobladores relaten cosas similares a las que yo les estoy contando.

 -¿Usted nunca intentó investigar qué pasaba en el cerro?

 -No. Yo peleo contra lo que conozco, no con aquello que no conozco.  Eso lo dejo para ustedes... -risas de los chicos y de su esposa-.

 -¿Nadie intentó nunca ver qué pasaba allí?

 --Si. En La Ciénaga vive un paisano que subió con su burro y, cuando bajó, no sabía más nada; no era el mismo, no se acordaba de nada.

 -¿Lo puedo conocer?

Hubo un silencio y Don Aníbal dirigió miradas de consulta a su esposa:

-Sí. Mi primo puede llevarlo y ver si se puede convencer a su hijo para que lo deje ver, ya que desde entonces no habla con nadie y está al cuidado de su hijo. Además, si ustedes quieren subir yo les doy apoyo logístico desde la base del cerro...



 La noche llegó a su fin. Los hijos de Don Aníbal, contentos de haber participado de la conversación con los mayores -en especial los que habían llegado de Buenos Aires-, se fueron a dormir. El ingeniero Slavo y yo nos retiramos a la carpa que habíamos armado a pocos metros de la casa. Durante horas conversé con él sobre esta curiosa visión, en especial la que nos había contado Don Aníbal, testigo de gran confiabilidad. Nos propusimos tratar de averiguar más pormenores. A los pocos días logramos que nos vinieran a buscar para llevarnos a conocer a Don Pedro, el paisano que habla subido -presuntamente-al cerro Azampay. Quien nos acompañaría era el primo de Don Aníbal, también apellidado Leguizamón; con él debí partir solo, porque a último momento el ingeniero Slavo tuvo que permanecer en Hualfin por requerírselo su trabajo. Me dirigí, pues, al encuentro de una nueva experiencia.

  Luego de casi dos horas de marcha por caminos consolidados, entre cerros y quebradas, como es habitual en la Provincia de Catamarca, llegamos a La Ciénaga y nos dirigimos a la casa de Don Pedro Soto. Allí nos atendió su hijo, quien nos saludó y acto seguido se apartó con mi acompañante para conversar con él. Estaban suficientemente cerca como para que yo escuchara cuanto dijeron. Leguizamón le explicó al dueño de casa que yo era amigo de Don Aníbal, y que éste me había relatado los sucesos vividos por su padre, causantes del estado en que él se encontraba. La sola mención de que yo venía de parte de Don Aníbal sirvió para vencer los recelos y las reticencias que son habituales en todos los paisanos, temerosos de proporcionar información y de brindarse a personas extrañas a su mundo. Como por acto de magia, el dueño de casa me franqueó la entrada a su entorno familiar.

 Pasamos a un patio trasero de la casa, Allí, sentado en un banco y con la espalda apoyada contra la pared, se hallaba un hombre de pelo entrecano, de unos sesenta años de edad, que en ningún momento dejó de ignorarnos y de comportarse como un verdadero "convidado de piedra" . Leguizamón me indicó con una seña casi imperceptible, que lo observara. El dueño de casa ofreció el consabido mate, y comenzó el diálogo:

-Mi padre está así desde que le ocurrió aquello. Ahora está mejor; antes se despertaba con sueños y pesadillas, sudaba mucho, luego se dormía y... vuelta a empezar...

-¿Qué sabe usted de lo que le pasó a su padre?

 -No se... hace tanto tiempo que pasó que no tengo claras las ideas; muchas cosas se me fueron ya.

 -No importa. Cuénteme lo que recuerde.

 -Lo que recuerdo es que, por aquel entonces, se le ocurrió ver más de cerca lo que veíamos todos los de por aquí, y se fue con su burro. Yo por esa época no estaba en las casas... por trabajo, ¿sabe? Así que me avisaron cuando bajó. Estaba enfermo y así lo encontré en lo de un vecino que lo había cuidado.

 -¿Quién le avisó o como se enteró?

 -Bueno, me avisó otro vecino que lo encontraron caminando, como perdido, por Hualfín, cerca del río. Cuando le preguntaban qué le pasaba no contestaba; y no hablaba nada. Esto es todo lo que yo se... Cuando despertaba, a los gritos decía: "¡Me quieren llevar!”; y luego se callaba y se dormía.

 -La policía ¿está enterada? ¿Qué fue lo que dijo?

 -SI. Como la mula no apareció, ellos piensen que mí padre se cayó de la mula y se golpeó la cabeza. Pero yo se que no es así, porque él era muy baqueano para las mulas y las conocía bien. Además, la mula no regresó. Ellos dicen que alguien se la quedó cuando la vio por allí.

 - ¿Qué dice la policía de las luces?

 -Que yo sepa, nada; pero que las ven, ¡seguro!... y mejor que nadie, porque ellos por las noches están despiertos y caminando o andando por la zona. Nosotros dormimos y cuando las vemos entrar y salir por del portón es porque venimos de alguna fiesta o algo.

 -¿Qué portón?

 -El que se abre al costado del cerro…

Durante esta charla, que duró escasos diez minutos, percibí que nuestra presencia -o, quizá, mis preguntas- incomodaban al dueño de casa, por lo cual transcurrido ese lapso le sugerí a mi acompañante que nos retiráramos. 

El primo de Don Aníbal Leguizamón frente al grabador, respondiendo a un cuestionario formulado por el autor de esta nota


 Regresé a la casa de Don Aníbal con la idea de visitar algún día el misterioso cerro Azampay, para verificar sobre el terreno, con los recaudos y los instrumentos adecuados, qué realidad había detrás de los dichos que habla oído y de las visiones que había observado en la región de Huálfín. Pero cumplir con mis deseos hubiera requerido los preparativos de una verdadera expedición, lo cual en ese momento no era posible. A los pocos días debí regresar a Buenos Aires con el ingeniero Slavo, y allí otros intereses, otras investigaciones y otras ocupaciones me obligaron a archivar mi inquietud por conocer y estudiar de cerca el misterioso cerro Azampay, el de las "luces del diablo". Espero poder hacerlo algún día.

El autor en Hualfín, durante la estadía que relata en esta nota


Este artículo fue publicado en la revista MAS ALLA DE LA CIENCIA,  AÑO 1 NUMERO 3, 1991

El agradecimiento de siempre a Javier Stagnaro por facilitarnos este material