martes, 27 de noviembre de 2018

Un Oasis en el Ártico por Jean Brun, Francia



¿Alucinación o realidad? 

Tendido en un sillón de relax, con un antifaz sobre los ojos, como el que utilizan las personas que se someten a sesiones de rayos ultravioleta, Harvey Dunstan empieza a hablar en la pequeña estancia sumida en la penumbra, a la que habían acudido tres de sus discípulos para asistir a una de sus "visiones". Harvey Dunstan, de Brisbane, en Australia, es un sujeto psi extraordinariamente bien dotado. Ya cuenta en su activo con varias localizaciones exactas de pilotos accidentados en el desierto, y el encontrar el rastro de objetos perdidos se ha convertido para él casi en un juego de niños. 

De pronto empieza a hablar con esa voz entrecortada y ese timbre sordo de los mediums en estado de trance. Y dice: "Veo una mancha verde sobre un mantel blanco. El resplandor de ese blanco me hace daño a los ojos... El verde aumenta... Sí, ahora lo veo bien... Es un valle verde... Hay lagos y riachuelos... colinas boscosas... Veo formas indistintas desplazándose en la espesura... Me acerco... Son animales curiosos, con la piel acorazada, como cocodrilos montados sobre grandes patas. Allá hay un elefante de pelo largo... ¡Es un mamut!... Tomo altura... El valle se vuelve pequeño, pequeño... A su alrededor todo es blanco... Todo blanco... Es sin duda un oasis en pleno desierto de arena blanca..." 

Uno de los asistentes desliza bajo la mano de Harvey Dunstan un planisferio terrestre. El índice del medium dibuja una espiral y se detiene arriba de todo, en el Artico. El asistente, que esperaba que el índice señalara un desierto, el Sahara, el Kalahari o el Gobi, levanta en varias ocasiones la mano de Harvey Dunstan y la coloca de nuevo en el centro del planisferio. Pero cada vez el dedo vuelve a colocarse sobre el Artico, muy cerca del polo. 

Arqueología adivinatoria

 Después, silencio. Harvey Dunstan, como después de cada sesión de visión, permanece prostrado algunos instantes. Por fin se agita y recupera el conocimiento, sin recordar nada de los minutos precedentes.
 Esta visión, que tuvo lugar recientemente, se asemeja a las de esos raros practicantes de ese terreno tan mal conocido que lleva el nombre de arqueología adivinatoria, explorado por pioneros como Edgar Cayce, Maxime Asher y Paula Sharpe, cuyas visiones algunas veces han ido seguidas de descubrimientos sobre el terreno. 
 Ahora bien, lo que es asombroso en la visión de Harvey Dunstan es que confirma punto por punto una aventura fabulosa que le sucedió en 1926 al almirante Richard Evelyn Byrd, el explorador polar norteamericano que se haría célebre gracias a sus expediciones al Antártico, pero esta vez con ocasión de una expedición al polo Norte. 
 Byrd, acompañado de un capitán de navío y de dos contramaestres, hacía horas que andaba sobre los bancos de hielo, escalando los amontonamientos caóticos de los hielos eternos, descendiendo peligrosos picos, más peligrosos que una roca vertical. Y de pronto, desde lo alto del acantilado blanco al que había conseguido llegar la expedición al precio de mil peligros, descubrieron un espectáculo inolvidable. Ante sus ojos pasmados se extendía un largo valle estrecho y profundo, cubierto de una vegetación lujuriante y aparentemente bañado por un cálido sol permanente. Un verdadero oasis de vida en medio del gran desierto de hielo. 
 Con un gesto maquinal, Richard Byrd consultó su termómetro: ¡-.58°! Su adjunto, el capitán Fitin, anotó sobre su diario de ruta: "14 de junio de 1926 - 74m de altura - 12h 08." Los cuatro hombres se pusieron a desenrollar escalas de cuerda para llegar a la maravillosa pradera que se extendía a un centenar de metros más abajo, al pie de la muralla de hielo en cuya cima se encontraban. 
 Tras una larga hora de descenso, cambiaron de mundo: una llanura en la que reinaba una vegetación prolífica y casi paradisíaca se extendía ante ellos. El calor suave y penetrante (el termómetro marcaba 19°8) les obligó a quitarse sus equipos de exploradores polares. Bajo sus pies pisaban una hierba espesa y abundante. 
 Hasta donde la vista les alcanzaba, y sin dar apenas crédito a sus ojos, Byrd y sus compañeros vieron riachuelos que atravesaban pastos naturales, lagos, colinas boscosas. A unos 1.500 metros aproximadamente vieron desplazarse lentamente una mancha parda. Richard Byrd la enfocó con los prismáticos y pudo observar un animal macizo, de pelaje pardo, que entraba en el bosque. Era un animal que se parecía extrañamente a un mamut. 
 Por desgracia, aquel día era hora ya de concluir la expedición. El cansancio de cada uno de ellos, la falta de víveres, el agotamiento de los acumuladores de radio obligaban al jefe del destacamento a ordenar sin perder un instante el regreso al campamento de base. 
 Cuando hubieron recuperado un poco las fuerzas y renovado sus equipos, Byrd y sus compañeros se pusieron en camino para intentar volver a encontrar lo que entre ellos denominaban "el paraíso perdido". Pero les fue imposible encontrarlo. Estaba situado prácticamente a algunos kilómetros del polo geográfico, en la región misma del polo magnético, por lo que el capitán Fitin le había sido totalmente imposible fijar las coordenadas topográficas.

 Los relatos de los primeros 

Byrd participó más adelante en numerosas expediciones al Antártico. Entre otras en 1929, en 1936 y, sobre todo, en 1947, en que dispuso de un material ultraperfeccionado. Pero aunque multiplicó los descubrimientos científicos y se ganó un justo renombre, siempre conservó la nostalgia de su oasis tropical y polar a la vez, descubierto en la otra punta del mundo. 
 Se acusó a Byrd y a sus compañeros de haber tomado sus sueños por realidades, y de haber sido, de hecho, víctimas de alucinaciones debidas a condiciones climáticas extremas. Pero, si se leen atentamente y con espíritu critico los relatos de los primeros exploradores del Artico y del Antártico, los de Harvey Dunstan, Shackleton y Amundsen especialmente, se observa que lo que se había tomado por alucinaciones debidas al frío y al hambre no corresponde a las enseñanzas obtenidas de las experiencias de supervivencia en condiciones precarias que han sido llevadas a cabo en un pasado bastante reciente.
 Por el contrario, la mayoría de ellas se parecen a los testimonios clásicos sobre las manifestaciones de los egregores, fuerzas misteriosas producidas por la liberación de una fuerza psíquica. Teniendo en cuenta los misterios planteados por la Antártida, puede suponerse que los primeros habitantes de ese continente, que vivían cuando el clima era diferente allí, habrían conseguido liberar su energía psíquica, que provocaría todavía fantasmagorías en aquel lugar. En el Artico se han producido fenómenos psi más o menos equivalentes, como si los dos polos tuvieran propiedades semejantes.
 De todos modos, según ciertos testimonios, la visión de Byrd fue totalmente real. Eso es por lo menos lo que afirma un médico de Los Angeles, el doctor Nephi Cotton. Este obtuvo de uno de sus pacientes un relato muy extraño.
 El enfermo, que habitaba en el extremo norte de Noruega, emprendió con un amigo un crucero en dirección al polo. Tras un mes de navegación llena de peligros, entre los escollos y los icebergs, los dos hombres llegaron a un país donde, según sus afirmaciones, "la temperatura era extraordinariamente elevada", y donde "la flora era de una riqueza comparable a la de los dos países tropicales más fértiles". En varias ocasiones organizaron expediciones más o menos clandestinas, exploradores noruegos e ingleses. Fueron tentativas estériles, ya que, en las cercanías del polo, las brújulas no sirven para nada, y el azar que tan bien sirvió a Byrd no consintió jamás en ayudar a quienes siguieron sus huellas. Más recientemente, y en tres ocasiones, parece ser que los servicios especiales de las grandes potencias montaron unas expediciones tan costosas como secretas. Los resultados fueron negativos, y el polo siguió conservando su secreto.
 Por su parte, la Antártida, con sus 14 millones de kilómetros cuadrados, es un sexto continente, tan extenso como los Estados Unidos y Europa juntos. Contrariamente al Ártico, que esencialmente es un mar helado, el Antártico está constituido por una capa de hielo de dos kilómetros, depositada sobre un zócalo continental que guarda riquezas inconmensurables. Sin embargo, sólo ha sido explorado un 1% de ese territorio.

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Dos Antártidas diferentes 

De hecho, desde hace unos veinte años se sabe que existen dos Antártidas soldadas entre sí, pero de orígenes diferentes. En 1960, en el curso del "Simposio de la Antártida" de Buenos Aires, que siguió al año geofísico internacional, se reveló que la parte oeste, que se remonta a la era terciaria, no es otra cosa que la continuación de la cordillera de los Andes, que se sumerge en el pasaje de Drake, al Sur del cabo Hornos, y que sale de nuevo a la superficie en la península de Graham.
 En cuanto a la parte Este, tiene la misma composición geológica que Australia, la India, Africa del Sur, y Brasil. Sería por lo tanto ésta un fragmento del Gondwana, el gran continente austral que comprendía América del Sur, 
Africa, Madagascar, la India meridional y la Antártida, que existía antes del período jurásico. Si la visión de Harvey Dunstan fuera exacta, confirmaría la hipótesis de que existen todavía hoy en día zonas desconocidas por el mundo.
 Pero esas tierras desconocidas, ¿están permanentemente en la superficie de nuestro globo? Esa es la pregunta que empiezan a formularse ciertos investigadores. Al estudiar los "cementerios del diablo", zonas malditas como el triángulo de las Bermudas, donde se producen desapariciones misteriosas, esos investigadores han emitido la hipótesis de que en el hemisferio Norte habría cinco vórtex, especies de agujeros enigmáticos a los que corresponderían, en el hemisferio Sur, otras cinco zonas de propiedades similares. Actualmente esos vórtex están situados en la superficie de los océanos, pero, debido a la variación de la rotación de nuestro globo, pudieron encontrarse antaño en lugares donde había tierras emergidas y donde se habían desarrollado civilizaciones evolucionadas, que entonces fueron engullidas bruscamente. De ahí el origen de los continentes míticos como la Atlántida o Mu.
 Pero los defensores de esta tesis sostienen que, cerca de los polos terrestres, esos vórtex adoptarían la forma de "pliegues" espacio-temporales, haciendo aparecer o desaparecer alternativamente tierras, no del fondo de los océanos, sino de otra dimensión.
 No hay que olvidar que el oasis de Byrd no es el único misterio del Ártico. La "tierra de Sannikov" ha sido abordada en varias ocasiones por rompehielos soviéticos, cuyos tripulantes aseguraron haber visto, en medio de bancos de hielo, una tierra cálida cubierta de vegetación, pero los geógrafos no la hicieron constar en sus mapas, sosteniendo que en esos lugares no había más que icebergs. 


Artículo publicado en la revista Mundo Desconocido N° 52, 5° año (proporcionado por Javier Stagnaro)

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