Cuando los montañeses comenzaron el asedio a la cumbre del Everest, corrió por el mundo, especialmente en los medios científicos, una especie de asombro e incredulidad, ante las noticias que esos montañeros traían luego de realizar sus expediciones.
Se hablaba de una especie animal de enorme estatura. Esas primeras noticias fueron dadas a conocer por el Capitán J. B. Noel que estuvo en los Himalayas por el año 1926. Noel, dice en su libro "A Través del Tibet Hasta el Everest ": "Hay cerca del monasterio una leyenda fascinante en la que creen todos los buenos tibetanos y que se refiere a los Nitikanji u 'Hombre de la Nieve'. Ese es el nombre que le dan los Lamas, porque son seres espantosos que viven en la nieve"
Más adelante Noel agrega: "El campesino tibetano llama a estos seres SUKPA y habla de sus extrañas andanzas por la nieve y su largo cabello que le cae sobre los ojos... " Luego el fotógrafo montañero se pregunta "¿Qué son esos seres, hombres, monos, osos?. Nadie puede decirlo. Pero debe haber algún motivo para esta leyenda, ya que es considerada como un hecho aceptado en esos valles del Tibet "
Para quien interesó la cuestión del "Abominable Hombre de las Nieves" no es necesario agregar más antecedentes. Por otra parte, muchos datos de no menor interés, se fueron agregando a los que hablaban inicialmente de la aparición del Yeti en aquellas regiones asiáticas.
Como andinista, aficionado a la arqueología y periodista, no pudo menos que interesarme esta nueva incógnita surgida en el centro del continente asiático. Más aún, cuando en esta parte de América habían quedado débiles rastros de un pasado que semejaba mucho a aquel donde se había producido el extraordinario acontecimiento. Surgió entonces un particular entusiasmo por acrecentar las numerosas e interesantes experiencias que no dejaban de borrar mis dudas sobre el origen de esas particularidades análogas de ambos continentes a las que como una conclusión final podría vincular estrechamente, sin decidirme por supuesto a establecer cual sería el punto original, pero inclinándome eso sí, por el continente americano.
El problema sobre el origen del hombre, ha sido encarado en todos los tiempos de todas las edades. Particularmente me inclino a pensar que, pese a todo lo que se ha dicho y escrito, la incógnita se mantiene inalterable. Pero eso sí, en el mundo de hoy está acrecentándose una corriente realista a la cual me adhiero, porque la considero quizás la más posible. Tal es, el origen de nuestra raza en otros planetas.
Recuerdo que el Dr. Wathely supo escribir "No ha partido el hombre del estado salvaje; la civilización progresiva de una comunidad por sus propios esfuerzos, debe haberse empezado siempre desde una condición muy lejana de la completa barbarie, porque desde ésta última no parece que los hombres se hayan elevado ni puedan elevarse jamás".
A través de estas palabras, indudablemente encontramos una puerta enorme y abierta. Uno — yo lo hice — puede pensar entonces dos o tres veces. Es muy seria, profunda y de muchos alcances estas declaraciones del arzobispo de Dublin. Ellas me han servido, por otra parte, por tenerlas muy "in menten" para sacar algunas conclusiones como profundo enamorado a la arqueología. Durante más de 14 años he recorrido este "pecho" de América que constituye la Puna de Atakama y las sorpresas deparadas, rebasan y satisfacen los esfuerzos realizados.
A través de ese mundo muerto, que habla del pasado, fui ubicando las primeras analogías. Algunas, me llegaron a asombrar por la extraordinaria semejanza que establecía. Por ejemplo, hay una costumbre muy acendrada en el pueblo puneño. Este realiza sus ofrendas al misterioso dios de la Puna, a la Pachamama y consiste en volcar unas gotas de alcohol, unas hojitas de coca, un poco de harina cocida a un montículo cónico. Tambien lo van formando al arrimar piedras o tobas volcánicas y le van dando su conformación cónica.
El poeta salteño Juan Carlos Dávalo en su libro "Los Valles de Cachi y Molinos" refiriéndose a este extraño monumento indígena, expresa "Entre los vestigios de la civilización diaguita, la 'apacheta' es el monumento indígena más interesante que conozco. Impresionante por su embrionaria simplicidad, su grosera sordidez y su emplazamiento salvajemente poético. Este túmulo marca, sobre la áspera senda, el término que separa la tierra benigna de la montaña inhospitalaria. De un lado, allá abajo, queda la comarca de los dioses propicios a la agricultura, a la industria, a las faenas domésticas, al hogar y a la familia; del otro, allá lejos, el reino de la incertidumbre, los dominios del Zupay, de los elementos hostiles, con quienes el hombre débil y solo, tendrá que habérselas en travesía difícil y penosa. La 'apacheta', es pues, el altar de Pachamama y ante ella murmura el indio con la cabeza descubierta, en conmovedora plegaria"
El erudito americanista Samuel Lafone Quevedo, agrega que "Pachamama es el nombre que se da en muchas partes al numen local o Genius Lod. Parece ser la fuerza femenina del Universo. El culto de la Pachamama fálico como es, simboliza la fe en la fuerza reproductiva de la tierra, ideada como el seno de la mujer. En el Pucara, preguntada una mujer qué era la Pachamama, dijo: que era la mujer vieja, madre de todos los cerros y cambien su dueña, pues en ellos vivía"
El ofertorio al dios del paso peligroso de las abras altas y de los ríos caudalosos, también se cumple en el Karakorum y el Tibet, donde los viajeros saben rendir culto al misterioso dios que cuida los mismos lugares y ofrendan un pedazo de raso de sus vestidos o un corte de las clines de su animal a un árbol de forma cónica, y no otro, llamado "obo ".
La mujer en los pueblos asiáticos acostumbra a llevar sus niños en las espaldas. Cruzados en ella y atados y cubiertos con una manta. Esta costumbre está fuertemente arraigada en el altiplano americano, donde bolivianos y peruanos aún la practican. Y no es extraño ver en nuestras propias calles de Salta, pasar una verdulera con un carrito y su niño en las espaldas.
En otro orden de comparación tenemos que muchos investigadores realizaron serios estudios sobre posibles migraciones asiáticas hacia el continente americano. Se estudiaron profundamente los rasgos faciales que vinculan a los americanos — especial o esencialmente los altiplánicos con los asiáticos — y se estableció esa interdependencia. Sorprenderá más aún, entonces, que a través de otras investigaciones hayan surgido analogías tan serias e importantes como la precedente. Por ejemplo, el Reverando Gustav Le Paige, expresa en su trabajo sobre el Salar de Atakama nominado "Antiguas Culturas Atakameñas en la Cordillera Chilena" II Parte, pag. 18; al hacer referencia a las ruinas de Toconao: "En la plaza se han encontrado sepulturas totalmente demolidas y que parecen ser mucho más antiguas por los huesos y alfarerías hallados. En una de ellas había un Budda, pieza auténtica de la civilización Tang de los siglos V o VI tallado en el hueso de la caparazón de una tortuga; ¿tal vez testigo de esa expedición de monjitas budistas que llegaron hasta América desde China-Mongolia en el siglo VI ?".
Pero la analogía humana y material que suponemos ha quedado, también alcanza al lenguaje arcaico que aún subsiste. Y no puedo contenerme en apresurarme en demostrar la analogía que existe entre dos palabras usadas una en cada continente para designar — ¿Rara coincidencia? — a una misma especie. Sukpa y Zupay.
El Capitán Noel dice que el campesino tibetano llama a estos seres Sukpa y alude a la rara costumbre que tiene ese misterioso personaje de robar sus mujeres. En la parte central de América del Sur, especialmente en el Paraguay, la leyenda coincide también con la analogía terminológica, porque se dice que Zupay también roba mujeres a las que enamora, creyéndose, y así se lo tiene en el consenso popular, que las personas de cabellos rojizos, han nacido de mujeres que Zupay enamoró en algún rincón de la selva guaraní.
Ahora bien, la leyenda también trae del pasado los rasgos físicos de Zukpa y Zupay. Ambos, de acuerdo a esas referencias, son seres de enorme estatura y de vello rojizo que le cubre totalmente el cuerpo. Como podrá colegirse, solo bastaría poner ambos personajes legendarios, uno frente a otro para completar con la cruda realidad lo que hoy solo es misterio y leyenda.
Para los montes salteños, Zupay es el Ukumar, hombre oso, de enorme contextura física que dominaba las zonas selváticas de la precordillera andina, que hoy lleva la denominación de Valles de Metán y Lerma. El Ukumar, se apareció en repetidas ocasiones a los pobladores de Esteco, primera capital del norte argentino y de la provincia de Salta que fue devorada por la tierra tras los violentos terremotos de 1692.
El Ukumar se apareció con su enorme presencia velluda y rojiza, a las diligencias que pasaban rumbo a Charcas y Perú. Las últimas referencias al Ukumar han supervivido, por extraña circunstancia en ésa región de los contrafuertes andinos donde nadie se aventura. Es decir, corrido y quizás hostigado, encontró refugio seguro en la cadena de montañas enmarañadas de selva virgen. Esto trae al recuerdo las expresiones del Duque de Argyll de "que las razas salvajes que aún subsisten en el mundo, son simples proscriptos de la especie humana descendiente de tribus débiles rechazadas a los bosques y las breñas".
Pero el Ukumar y el Zupay no son los únicos seres salvajes de quienes nos llegan referencias a través de la leyenda. También tenemos la del Tupay que agrega y aporta toda su analogía e las ya referidas. El navegante español Pedro Sarmiento de Gamboa, en la segunda parte de su Historia General Llamada Indica, habla de que los viejos indios aymáras reunidos para que le relaten todo lo que sabían del pasado del imperio inka, destaca que aquellos usaban una palabra con la cual denominaban a un "hombre salvaje". Esa palabra es Tarma. Cerca del Cuzco existe en la actualidad una población que lleva esa extraña denominación, que en la época de los aymáras se dio a un misterioso hombre salvaje.
¿Quién fue Tarma ? ¿Dónde vivió ? ¿De dónde surgió?
Muchas son las preguntas que podemos hacernos en torno a esta sola palabra que abre tan tremendo interrogante, más, es muy poco lo que podemos intuir. No tengo conocimiento, al presente, de trabajos realizados al respecto, ni otras referencias que las que hizo el marino español.
Las leyendas, costumbres y demás analogías que vinculan estrechamente a los continentes asiático y americano, no logran, empero, sacarnos de la misma incertidumbre sobre cual proviene de tal.
La vinculación entre el Yeti y Terma está dada por la partícula aditiva "Tah" que ambos términos llevan y que en el mismo caso significa "hombre salvaj". Dicen los tibetanos "Mih-teh" y así también lo señalan reseñas de los exploradores."Mih-teh" es el más grande de los seres que con tanto empeño se busca. "Yeh-teh"constituye sin lugar a dudas una deformación del término. "Teh" es la denominación empleada por los tibetanos para designar a un animal o ser desconocido. Para los aymáras "Tah" es la partícula aditiva de "Tah-ma". Así nos llega a través del tiempo, la historia y la leyenda. "Tah-ma" es el nombre aplicado al hombre salvaje de América.
La importancia que se dio al Yeti en los himalayas, estuvo, paralelamente, incrementada a través de las empresas montañeras. Creo, firmemente, que si se hubiera trasladado el escenario montañístico a esta parte del globo, donde el altiplano presenta bastante analogía — aunque geológicamente lleva muchos millones de años de ventaja — se hubiera destacado con igual o mayor interés al misterioso Zupay o Ukumar, porque los regionales que viven en la precordillera los recuerdan siempre.
No hace más de 40 años, los gauchos no aventuraban mucho a penetrar en la espesura de la selva o salir a zonas donde pocas veces hollara la planta humana, por temor a enfrentarse al terrible Ukumar. Los jesuitas que trabajaron en los socavones de oro y plata del Cerro Crestón de 3820 metros de altura, en el Valle de Uetán, Salta, apresuraban el retiro a sus ranchos, poco antes de la caída del sol por temor a un encuentro con el hombre-oso.
Poco a poco la leyenda se fue perdiendo. El avance de la civilización fue, quizás, desplazando al sorprendente animal-hombre, de quien muy poco se habla a excepción de los caseríos más adentrados en la campiña. Sin embargo, una tarde de 1956, llegó a la redacción de El Tribuno, un hombre sencillo que después manifestó haber estado trabajando con unos ingenieros americanos en Metán. Estos habían llegado a esa zona para localizar y estudiar los trabajos que los jesuitas hicieron y que consistía en un túnel que cruzaba debajo del caudaloso Río Juramento y permitía el paso de las diligencias y pasajeros hacia el Alto Perú en tiempo de la colonia.
Según referencias obtenidas por otro conducto y totalmente desvinculada de la que nos ofrecía el sencillo visitante, aquellos ingenieros no eran otros que los que construyeron la famosa represa del Bulder City.
El informante me dio numerosos datos sobre la extraña aparición de la que fue testigo personal y del enorme interés de los americanos por cazar el descomunal oso rojizo que se les había aparecido. Tomé su nombre y sus declaraciones y las guardé entre el fárrago de anotaciones y papeles de mi escritorio. Pasó el tiempo y con el traslado de edificio del diario se cumplió una a operación limpieza a que barrió con aquellos papeles y anotaciones que hoy me serian de tanto valor. Sin embargo por el interés que despertó en mí aquel hecho, que enseguida vinculé con el Yeti del Himalaya, me quedó grabada esa circunstancia no así el nombre del obrero.
Varios años más tarde comenzó a correr en diferentes círculos una rara versión sobre la aparición del Ukumar en zonas montañosas y de gran vegetación. Como la misma habla ganado gran difusión y también había llegado numerosa correspondencia a la redacción del diario, la dirección me encargó la iniciación de una serie de referencias que yo encaré en forma indirecta y no descartando la posibilidad de su existencia, publicando por otra parte una muy apretada síntesis del relato que me había hecho el obrero metanense.
Quedó latente en los lectores, a través de esas publicaciones la incógnita que envuelve al Ukumar y volvió a refrescarse entonces la memoria de viejos pobladores que nos escribían relatándonos hechos asombrosos y extraños ocurridos muchos años atrás. Yo mismo llegué a preguntarme si existiría o no el Ukumar. Si aún su portentosa figura andaría deambulando por las espesas selvas chaqueñas. Muchas cartas llegaron y casi todas se desecharon, pero la sorpresa no tuvo límites cuando el corresponsal del diario en la vecina localidad de Chicoana puso el alerta.
Nos refería que en la población había un arriero de los valles que insistía que se había encontrado con el Ukumar y que se había dado, asimismo, el gusto de hacerle un tiro con su vieja escopeta.
En una de las tantas travesías que el mismo hacía hasta esa población en busca de mercaderías, entrevistó nuestro corresponsal al paisano. Manifestó ser oriundo de la Quebrada de Escoipe, ubicada al oeste del Valle de Lerma donde hay mucha serranía cubierta de espesa vegetación y donde abundan los sachaceibos, cochuchos y demás árboles de más de 50 metros de altura.
Ciriaco Taritolay, de 65 años de edad, fornido y curtido por los fríos andinos, aún montaba con la misma gracia y seguridad de sus años mozos. De inteligencia clara y muy ducho en el decir al hacer acopio de la rara filosofía del hombre de campo, demostraba ser un hombre muy avezado a enfrentarse cosa el peligro.
La referencia que traducimos en el diario fue hecha en presencia del corresponsal, del vecino Pablo Vega y de numerosos amigos y parroquianos del pueblo. El espeluznante relato le tocó vivir, según explicó, en el tramo que va desde Pillares hacia la montaña, donde hay casa zona de espesa vegetación. Muy cercana a la misma se ubicó hace algunos años unas ruinas arqueológicas de mucha importancia en Peñas Azules.
No extrañó entonces que de entrada nomas Don Ciriaco Taritolay, expresara con esa manera particular del hombre de campo, que no deja lugar a dudas "Yo sé que existe el Ukumar" para seguir contando. "Mis tatas lo vieron, así que el 'bichos' no me tomó de sorpresa. Pero no dejó de meterme un flor de julepe con su rara aparición. Esto fue hace unos días, cuando venía pal pueblo y entrando en el paraje de Agua Cholla. Estaba nublado. Ustedes saben que al atardecer el cerro se encapota de nubes. Yo venía, como es mi costumbre, bien enhorquetado en la montura y arriando a los burros cargueros que seguían adelante. Cuando de pronto salen como espantados corriendo en todas direcciones y cerro abajo. Ante esa manera intempestiva de los animales le pego la sofrenada a mi 'moina' Mi primer pensamiento fue sobre la posible presencia de una serpiente cascabel o coral cruzada sobre la senda, pero mientras trataba de encontrar a los bichos rastreros en el yuyaral verdoso sentí una extraña impresión.
Era una impresión rara como si alguien estaba mirándome. El frío de la húmeda precordillera no lo sentí tanto como el escalofrío que corrió por mi cuerpo cuando levanto rápido la mirada y la dirijo rectamente hacia ese 'algo' que presentía. Entre la enramada y tomado con sus velludos brazos largos entre dos gruesos sachaceibos, estaba parado mirándome con curiosidad, como si mirara desde adentro, un ser espantoso.
Yo creo que quizás digo espantoso, por la forma imprevista que se me apareció y por lo inesperado. Ahora pienso que tenía algo de bicho juguetón más que nada, pese a la tremenda corpulencia. Como les digo, sabia del Ukumar pero jamás pensé que se me presentaría él mismito de carne y hueso y menos aún por esos lugares donde solo encuentro zorros, viscachas y otros animalitos.
Me quedé paralizado, sofrenando fuertemente a mi moina que resoplaba también intuyendo el peligro que afrontábamos, y tascaba el freno pataleando y retrocediendo. No puedo saber si el raro animal que se mantenía erguido pensaba siquiera salir a atacarme o si se habría quedado toda la tarde mirándome. Solo atiné en un momento dado a sacar mi 'trabuco' de la guantera y apuntando malamente porque mi animal seguía inquieto lo levanté y disparé, apuntando entre los dos árboles, tremendo escopetazo.
Un alevoso alarido escapó de su boca dentuda y tomándose la cabeza con ambas manos se perdió de inmediato en la espesura del bosque. El 'bicho' tendría más de dos metros de altura cubierto totalmente de pelo 'calchudo' medio rojizo y de una fuerza tremenda que calculo que si unía los brazos hubiera quebrado los árboles"
Este fue aproximadamente el relato de Don Ciriaco Taritolay que desde aquel día dejó la senda que le acortaba por mitad el trayecto hasta la localidad de Chicoana desde San Fernando de Escoípe. Ahora sigue la ruta que vivorea por la quebrada del rumoroso Río Escoipe que se descuelga violento desde las alturas del Cerro Negro. Esto ocurrió a mediados de junio de 1956.
Estas apariciones, según tengo conocimiento, se han producido regularmente y en diferentes formas, sin embargo por rara analogía mitológica, hasta ahora, tanto el extraño animal del Tibet como el misterioso ser americano, no han podido ser cazados para dilucidar finalmente esa incógnita que crearon los aymáras con Tarma, su "hombre salvaje".
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