A 3.300 metros sobre el nivel del mar, y a exactamente 1.650
kilómetros de donde escribo estas líneas, en las estribaciones cordilleranas
mendocinas durmió, Dios sabe por cuántos milenios, un secreto.
Un secreto que nos habla de una ignota cultura Un
enigma que susurra esplendores de alguna Edad Dorada americana.
Hoy, sin embargo, el gigante dormido se desperezó, y
en sueños murmuró, revelando algunas incógnitas y despertando otras.
El comienzo de esta historia debe remontarse a un
tórrido febrero de 1982. En ese entonces, mi buen amigo Alejandro Chionetti y
yo discutíamos, casi a diario, aspectos que hacen a la arqueología americana,
buscando en vano que ciertas piezas extrañas encajaran en el monstruoso
rompecabezas que la Historia nos proponía. En una de esas charlas
interminables de café (y aún no sabemos realmente cómo ocurrió) decidimos
pasar al terreno de los hechos, para rectificar o ratificar nuestras
teorías. Cambiando (¡una vez más!) el escritorio por la mochila, la lapicera
por la pala y el machete, la corbata por el pañuelo al cuello empapado
de sudor.
Nació así Operación Paititi.
Operación Paititi es un proyecto del denominado Grupo
Expedicionario Nous, integrado por especialistas en distintas ramas cuyo
objetivo tiende a la concreción de exploraciones científicas que prueben o
desmientan aquellos enigmas de raigambre popular que nos entroncan con una
o varias civilizaciones, desaparecidas milenios atrás.
Este proyecto, en particular, trata de probar la existencia
de una mítica ciudad inca, conocida como “Paititi” (“Eldorado”, en dialecto
machiganga, de los indígenas de la zona) perdida en la selva amazónica, en su
sector peruano, conocido como el Estado Madre de Dios.
Esta ciudad, entre Otros aspectos, es legendaria por
ser el punto donde los incas fugitivos ocultaron el fabuloso tesoro del
inca Atahualpa, aquél que cubrió una vez de oro y tres veces de plata una
habitación de diez por seis metros, hasta donde alcanzara la altura de su brazo extendido,
como pago de su propio rescate que el conquistador Pizarro tuvo la habilidad
de exigirle, para luego asesinarlo impunemente.
Paititi quizás tiene una relación, diríamos mística,
sagrada, con refugios subterráneos ubicados a lo largo de la Cordillera de los
Andes, de origen desconocido. Tal, el caso de la famosísima Caverna de Los
Tayos, complejo de desconocida extensión con evidentes signos
de habitabilidad y reacondicionamiento artificial.
Asimismo, buscamos demostrar que el Tawantinsuyu, o
Imperio Inca, es el sucedáneo material y espiritual de un poderoso
horizonte cultural, llamado “Masma" que, refugiándose en las altas
mesetas cordilleranas -quizás para escapar a catástrofes naturales (¿Diluvio?)
u ocultarse de potenciales enemigos- dejaron huella de su paso -y de sus
sorprendentes conocimientos- en la construcción, erección, transporte y trabajo
de impresionantes megalitos, producto de un Época Dorada hoy sólo
perpetuada en las leyendas de todo el mundo.
Idas y venidas, necesidades logísticas y el eterno
vaivén económico arrasó la esperada partida hasta mediados de 1983. Entretanto
Chionetti y yo consumimos muchos esfuerzos en la selección del personal,
equipamiento, contactos...
Luego, vino el imprescindible entrenamiento. Con el inestimable
apoyo de miembros de Gendarmería Nacional, comenzó la instrucción, teórica
y práctica. Finalmente, tras la instrucción de selva, la montaña.
Con tal propósito partimos hacia la provincia de
Mendoza, decididos no sólo a continuar nuestra preparación, sino también a
elucidar algunas preguntas. Una de ellas fue motivada por la publicación
en un periódico de esta ciudad, cinco años atrás, de un sugestivo suelto, En
él, se hacía referencia a una “supuesta ciudad perdida”, ubicada cerca del
paso El Pehuenche, en plena Cordillera, avistada por algunos lugareños y
desde el aire.
Nada se había vuelto a escribir sobre la misma. Nadie
había investigado el caso. Y había llegado la hora de hacerlo.
No hace al hecho comentar las dificultades atravesadas para localizar el origen del rumor. Centenares de kilómetros en todos los medios de transporte imaginables nos permitió arribar, en la mañana del 6 de enero de 1983, al pie de una desviada meseta, en un lugar conocido localmente como 'Invernada del Viejo”, 150 km. al sudoeste de la Ciudad mendocina de Malargúe, y a precisos 41 km. del punto donde los comentarios ubicarían al objeto de nuestros desvelos.
Pocas horas después, tras despedirnos de los puesteros —únicos habitantes de la región— y de nuestros amigos de Gendarmería Nacional que hasta allí nos habían acompañado, comenzamos la ascensión. A las 19 horas decidimos instalar nuestro campamento, faltando aún seiscientos metros hasta la cumbre. Y en la mañana del siete de enero, nuestro grupo (el ya referido Chionetti, Marcelo Bernasconi y quien escribe) tocamos cumbre a las 9 de la mañana.
Era la primera vez que una expedición científica ascendía a la meseta. Era la primera vez que se lo hacía por su ladera SO, la más escarpada. Y, sin necesitar quizás de más, estábamos dentro de la primera veintena de personas que, desde que se guarda recuerdo, ascendió a la misma.
Un par de horas después, encontramos la “ciudad”. Primero, la decepción. E, inmediatamente, el asombro.
Todo se reducía a una formación laberíntica de rocas volcánicas sobre un inmenso mar de ceniza volcánica. Un paisaje realmente lunar. Recorriendo sus “'calles”, dentro de un perímetro de casi cuatro kilómetros, las sorpresas surgieron repentinamente: nuestra brújula —único medio de orientación en un laberinto cuyas “paredes”, de más de cuatro metros de altura y totalmente lisas, impedían sortearlas en escalada— enloqueció, indicando sensibles variaciones en la señalización de los puntos cardinales, así deambulábamos.
En consecuencia, y ya agotada nuestra provisión de agua —con cerca de 40 grados a la sombra— vagamos totalmente extraviados a lo largo de un día. La situación era preocupante. Escaldados por el sol, en principio insolados, los labios partidos y la garganta reducida de tanta sed, girábamos en desvariados círculos sobre un mismo punto. Ya desesperanzados, y avanzado el día, sólo la casualidad —una increíble y fortuita casualidad— hizo que encontráramos la salida y escapáramos con bien del difícil trance.
Anomalías magnéticas de origen desconocido. Eso había provocado la reacción inusual de la brújula a la cual habíamos confiado nuestros pasos. Un significativo laberinto (recuerden ustedes el valor iniciático de los laberintos en todas las grandes civilizaciones del pasado: khmers, celtas, cretenses, etcétera). Pero faltaba algo más.
A medida que el día transcurría y el sol describía su arco en el cielo,
los efectos de luz y sombra hicieron que las formaciones rocosas resultaran
extrañamente parecidas a las que podemos observar en la meseta de Marcahuasi,
punto de origen o dispersión de la cultura Masma. Evidenciando avanzadísimos
conocimientos de física y Óptica, los constructores y escultores masmas
modelaron las rocas para que sólo a ciertas horas del día, ciertos días del
año, rocas aparentemente informes tomen, ante nuestros ojos, nítidas y
perfectas configuraciones antropomórficas y Zoomórficas.
Algo similar, si bien sin tanta perfección, ocurre en lo que, desde ya, hemos denominado genéricamente “Meseta del Pueblo”; donde el paso del día descubre extrañas figuras en las rocas. El paisaje “lunar” a que hacía referencia, indudablemente contribuye en el efecto de conjunto. Al igual que en Marcahuasi, extrañas anomalías magnéticas. Al igual que en Marcahuasi, su disposición laberíntica.
El 8 y 9 de enero, el G. E. Nous trabajó en la
llamada “Caverna de las Brujas”, en la localidad s Blancas, partido de
Malargúe, estudiando los riquísimos yacimientos de fósiles de las proximidades,
donde las piezas, de gran interés, se hallan a flor de tierra. En nada debe
envidiar Bardas Blancas a la región de Ischigualasto, o Valle de la Luna, en la
provincia de San Juan, yacimiento paleontológico de renombre mundial.
En esta oportunidad, nos cupo descubrir dos puntos de
interés, una oquedad, bautizada Por nosotros como la “Cueva del
Andrógino" (y desafío a los lectores a descubrir el porqué de ese nombre)
donde localizamos una "chimenea" ignorada por otros espeleólogos que
la trabajaron en las cercanías y que parece penetrar verticalmente en el macizo
montañoso. La falta de equipo adecuado impidió su investigación.
Próxima, hallamos lo que denominamos “El Portal del Caballo”. Una extraña conformación, que semeja el cuello de un caballo o jirafa coronado por su testa, y que muy posiblemente obedezca a una manipulación artificiosa, indicaba el acceso a una caverna estrecha y alta en su entrada.
Un delgado desfiladero a su frente, con evidente aspecto de camino de acceso “ad hoc”, completaba el cuadro de concreta artificialidad del conjunto. Así, la presunción de que en la región algún pueblo desconocido había instalado sus refugios subterráneos, adquiere verosimilitud.
Dos inconvenientes, empero, malograron el intento de atacar ese punto: por un lado, un antiguo deslizamiento de tierra y piedras había cegado el extremo final del desfiladero, haciendo extremadamente difícil su intento. Además, promediando la aproximación, ráfagas de viento de más de 90 km/h golpearon en forma cruzada, obligándonos a regresar junto al precipicio de aproximadamente 300 metros de profundidad. La proximidad de la noche, la escasez de víveres y el haber detectado ofidios en los alrededores (habida cuenta de que carecíamos de suero antiofídico), impusieron el regreso, con vistas a próximos intentos.
Todo lo señalado demuestra que la actividad precolombina y tal vez prehistórica de hombres de avanzadísima cultura en el oeste de la República Argentina era mucho mayor de lo que hasta ahora se sostenía. Asimismo, estaríamos a las puertas de un descubrimiento sensacional: en contra de lo que afirma la arqueología ortodoxa, en nuestro país habría existido una civilización lo suficientemente avanzada como para realizar trabajos megalíticos. Quizás se trate de la penetración Masma hacia el sur. Una civilización emparentada con su simbología con las grandes de la Antigüedad.
Este capitulo pertenece al opúsculo Ovnis en el pasado argentino, del investigador Gustavo Fernández (q.e.p.d.).