sábado, 28 de junio de 2025

EL CONTINENTE PERDIDO DE MU

 Civilizaciones desaparecidas  


Quince mil años antes de nuestra era, la Tierra entera fue colonizada por un pueblo llamado uigures, que habitaba un continente que se extendía desde un punto al norte de Hawái hasta las islas Fiyi y la Isla de Pascua, ocupando una superficie de aproximadamente 55 millones de kilómetros cuadrados, donde hoy solo quedan las aguas del océano Pacífico. Esta es la historia del descubrimiento de Mu, un continente que desapareció hace 12 mil años en un torbellino de fuego y agua causado por terribles terremotos. 

El océano Pacífico, una inmensa herida azul en el corazón de la Tierra, siempre ha fascinado al hombre. Los inusuales restos que nos proporciona son tan abundantes que las especulaciones más audaces se vuelven plausibles en términos de arqueología romántica.

  La cavidad de este inmenso océano ha dado lugar a numerosas hipótesis, las más fantásticas no necesariamente las menos acertadas. Existe toda una escuela de geólogos que explica la fragilidad de la corteza terrestre en el borde del Pacífico por un evento que, en su momento, debió tener alguna consecuencia en el equilibrio de nuestro planeta: el desprendimiento de lo que a partir de entonces componía la masa de nuestra Luna.

  Según John O'Keefe, subdirector de la división teórica del Centro de Vuelos Espaciales Goddard, una de las instalaciones estadounidenses de investigación y aplicaciones espaciales, las conocidas perturbaciones geológicas en la región del Pacífico no deberían atribuirse a ninguna otra cosa. O'Keefe añade que la Luna se formó, probablemente, al mismo tiempo que el manto de la corteza terrestre, ya que tiene la misma densidad que este. Es evidente que el examen de muestras del suelo lunar, traídas por astronautas, debería brindar nuevas perspectivas para esta hipótesis, fundamentada en bases extremadamente científicas.

  Por otro lado, existen teorías sumamente apasionadas sobre el pasado del Océano Pacífico, que apelan a  nociones irracionales, si no imaginarias. Casi todas afirman la existencia de tierra firme que, en el pasado, habría ocupado el lugar del océano. 

  Los nombres Gondwana, Lemuria y Mu se han vuelto tan famosos y familiares para los curiosos que es necesario distinguirlos desde el principio. Para los geólogos, también existe otro nombre, Pangea, que proviene del trabajo del geofísico Wegener, conocido como la teoría de la deriva continental. 

 Según Wegener, solo existía un continente, que se habría movido como resultado de convulsiones internas, dando lugar a los continentes actuales. En resumen, la configuración del globo terrestre, según esta tesis, era la siguiente: 

 Hace 120 millones de años, la Pangea original se habría dividido bajo la presión de las cadenas montañosas submarinas del Atlántico y el Pacífico. Habría comenzado entonces un ballet fantástico, separando Brasil de Guinea, acercando India y Asia, y luego África y Europa. Las sinuosidades del Líbano, el Cáucaso y el Himalaya habrían resultado de estas gigantescas colisiones. 

 Ciertamente, la operación habría estado acompañada de importantes desplazamientos del polo magnético, y, coincidentemente, de cambios climáticos que explicarían, entre otras cosas, la presencia de restos fosilizados de plantas gigantes y otra vegetación ecuatorial a la altura del Spitzberg y el Gran Norte, así como en la Antártida. 

 Utilizando este esquema, el profesor Robert Diez, del Servicio de Ciencias Ambientales de Estados Unidos, estudió las similitudes entre partes de continentes que hoy son tan diferentes, como África, Sudamérica, Australia e India, y concluyó que alguna vez formaron parte de un solo continente. Este continente recibió el nombre de Gondwana, en consonancia con el término Godwara, empleado en ciertos textos sánscritos. 

 Los otros dos continentes, originados en este primer bloque, serían Lemuria y Mu, que no deben confundirse, aunque algunos autores confundan uno con el otro. Cabe aclarar que Lemuria, en general, se sitúa en el Océano Indico, y que Mu constituía, particularmente para los teósofos, un continente distinto, que abarcaba la parte oriental del Pacífico. A nivel geológico, la existencia de tales continentes se remontaría a 250 millones de años. 



EN EL DOMINIO DEL ESOTERISMO

El problema de Mu cae en el dominio del esoterismo y se basa en una interpretación precisa de la secta teosófica que retoma en gran medida el actual movimiento rosacruz americano. 

 Cualquiera que hable de teosofía inevitablemente evoca a la extraña Sra. Blavatsky. Helena P. Blavatsky (1831-1891) vivió sus últimos días en Nueva York. En asociación con un abogado estadounidense, Olcott, partió hacia la India, regresando rodeada de oscuras acusaciones de falsificación. Su libro La Doctrina Secreta se convirtió en la Biblia de un número considerable de amantes de lo oculto, que revela con precisión lo que era el continente de Mu. 

 La obra de Blavatsky generó una verdadera mitología en torno a la historia de Mu, cautivando a admiradores tan diversos como Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán (muchos dibujos tempranos de Tarzán retoman ciertos temas de los teósofos) y Louis-Claude Vincent, un investigador francés en biología y electromagnetismo. 

La Doctrina Secreta, publicada en 1888, es una historia completa de las civilizaciones prehumanas y humanas que precedieron a las reveladas por la historia y la arqueología científica de nuestro tiempo.

 Inicialmente, la Tierra habría estado habitada por razas hiperbóreas, asexuales y vaporosas; más tarde, por criaturas bisexuales, originarias de Lemuria; luego, por atlantes monosexuales; y, finalmente, por humanos como nosotros. Estas serian las cinco primeras razas que habitarían la Tierra, a las que aún faltarían otras dos, que deberían nacer en América del Sur y del Norte. 

EL DESCUBRIMIENTO DE MU: UNA COINCIDENCIA


Basado en el tema central, presentado en los seis grandes volúmenes de la La Doctrina Secreta, los teósofos y esoteristas han añadido variantes más o menos complejas. A Veces es difícil encontrar el hilo conductor. Entre ellos, hay quienes parecen tener como misión revelar la existencia pasada de Mu, cuya figura más importante sigue siendo James Churchward, exsoldado del ejército indio que dedicó toda su vida a este problema. Sus obras causaron sensación entre las dos guerras mundiales. 

 Las circunstancias en las que descubrió los secretos de Mu son bien conocidas. Al alojarse cerca de un templo indio -al que no hace referencia- Churchward se hizo amigo de un guardia, mientras intentaba descifrar una escritura y un bajorrelieve.  Se enteró rápidamente de que una serie de tablillas en el templo contenían otros pasajes escritos por los naacals (hermanos santos) sobre una tierra desaparecida llamada Mu. 

Las tablillas estaban envueltas en varios paquetes y nunca se pretendía que fueran leídas. Con el pretexto de comprobar el buen estado de los paquetes, Churchward sacó dos tablillas y descubrió que podía descifrarlas, pues los caracteres eran idénticos a los del bajorrelieve examinado anteriormente. La historia  terminó -evidentemente en convivencia con el guardia-  con el desciframiento de todo el "tesoro" que, a partir de entonces, guiaría la vida de James Churchward en la búsqueda de ese nuevo Grial que para él se convirtió en la civilización de Mu. 

 Lo único que se puede deducir de la ausencia de las tablillas, que nunca han vuelto a ser vistas por nadie, es el total desinterés del hombre que dedicó todos sus recursos y fuerzas a esta odisea. Pues, como todos los seres cautivados por una gran idea fija, Churchward la "amplió", lo que posteriormente provocó críticas que intentaron desestimar su obra, tanto en sus aspectos verdaderos como en los menos verdaderos. 

Su extenso viaje, a partir de 1880, desde la India a las Islas Carolinas ya todos los archipiélagos del Pacífico Sur, luego al Tíbet y al Asia Central, a Birmania, a Egipto, a Siberia, a Australia y Nueva Zelanda, a la Polinesia, a los Estados Unidos, a Yucatán y a América Central, es verdadero.

  Fue allí donde conoció al geólogo estadounidense William Niven, quien había descubierto más de 2.600 tablillas en sus excavaciones mexicanas, y dedujo, de sus primeros desciframientos, las mismas teorías que Churchward. 




OTRA OPORTUNIDAD, EN OTRO LUGAR

Así relata Niven su descubrimiento en sus Memorias: "En 1910, al regresar a México después de haber explorado las ruinas de ciudades en una región desierta y desconocida del Estado de Guerrero, recibí muchas visitas de indígenas que querían venderme estatuillas de barro cocido y otros objetos. 

Dijeron que los habían encontrado cerca de las Pirámides del Sol y la Luna, en San Juan Teotihuacan, a unos 40 km de la capital. Sabiendo que habían hecho el viaje de ida y vuelta desde su tierra en poco más de una hora, les ofrecí 5 pesos si accedían a decirme el lugar donde habían encontrado los ídolos que me ofrecían. Aceptaron con gusto. 

Sin embargo, fue recién en 1921, durante mis excavaciones en Santiago Ahuizoctla, un pueblo cerca de Amantla, que descubrí la primera de las ahora famosas tablillas de piedra, a una profundidad de 4 metros. Este descubrimiento fue tan asombroso y singular a la vez que me invadió un fuerte deseo de encontrar otras tablillas, si es que existían.

  Luego realicé una exploración sistemática de todos los terrenos abandonados en un radio de 35 km, y mi labor fue recompensada, pues en menos de tres años desenterré 975 de estas misteriosas tablillas. Las más importantes se encontraron en Ahuizoctla, bajo un altar con un diseño en rojo y amarillo. Los tintes utilizados eran de óxido de hierro. 

Muchas de estas tablillas encontradas por Niven fueron elaboradas de forma extremadamente rudimentaria, con dibujos realizados por personas sin experiencia. Otras, por el contrario, son perfectas y, sin duda, fueron elaboradas por expertos. No tienen una forma particular, como si hubieran sido extraídas de simples piedras desgastadas por el tiempo, y los caracteres siguen los contornos de la propia piedra. Sin embargo, los dibujos, incluso los más rudimentarios, revelan un espíritu profundamente culto. 

Cuando Niven las descubrió, cada una estaba cubierta con una capa de arcilla, sin duda para preservar los colores de los personajes. ¿Acaso su ubicación cerca de los altares no indica que son reliquias de naturaleza sagrada, mucho más antiguas que quienes las poseían? 

—"Al examinar las piedras", — dijo Churchward, "encontré señales familiares y me di cuenta de que los principios de las tablillas de Naacal también se aplicaban a ellas. Estos escritos representan el primer idioma hablado del pasado prehistórico de América". 

LA DESPARICION DEL PUEBLO DE MU

 Churchward añadió que, tras examinarlos, «me di cuenta de que estaba viendo extractos de los escritos inspirados y sagrados de Mu. En la mayoría de los casos, se utilizaban caracteres esotéricos, lo que añadía aún más misterio». 

En cualquier caso, estas tablillas existen y aún pueden consultarse. En 1924, fueron sometidas a examen por el Dr. MorLay, del Instituto Carnegie, quien pudo emitir un único veredicto: contenían una escritura que no tenia nada en común con la existente en la arqueología precolombina. Para Churchward, no era más que el mismo lenguaje usado en las tablillas hindúes, que contaba las mismas historias. 

 "Continuando con mis —investigaciones", dijo, "descubrí que este continente perdido se había extendido desde un punto al norte de Hawái hasta un punto al sur hasta las islas Fiji y la isla de Pascua (un área de aproxirnadamente 55 millones de kilómetros cuadrados, cien veces el tamaño de Francia), y constituía, sin duda, el hábitat original de la humanidad. 

 "Aprendí", continuó Churchward, "que en esta hermosa región había vivido un pueblo que había colonizado toda la Tierra, y que el país había sido borrado del mapa del mundo por terribles terremotos, seguidos de inmersión, hace 12.000 años, y desapareció en un torbellino de fuego y agua". 

 El pueblo de Mu, que luego colonizaría el mundo entero, se llamaba uigur. Su capital asiática se ubicaría en el desierto de Gobi, más precisamente en Khara Khota, un yacimiento arqueológico donde un profesor ruso descubrió, a gran profundidad, una tumba que contenía los restos de dignatarios de alto rango. 

 Según la tradición teosófica, éste seria uno de los centros dependientes de Agartha, un inmenso y misterioso mundo subterráneo, que extendería sus ramificaciones bajo todas las tierras y océanos, y que serviría de refugio al famoso "rey del mundo", citado por los ocultistas. 

 Churchward escribió dos grandes volúmenes basándose en estos datos (hubo dieciocho reimpresiones entre 1931 y 1955), y es asombrosa la seguridad con la que traza incluso los detalles de las costumbres, técnicas y medios de comunicación de los habitantes de Mu, con la misma serenidad con la que habría escrito una guía turística de Londres o Nueva York. La diferencia radica en que estas ciudades y reinos, situados entre los años 15.000 y 12.000 antes de nuestra era, solo existen en la memoria del «coronel». 



SURGEN NUEVAS COINCIDENCIAS

Esto no significa que todo sea producto de su imaginación. Las tablillas de Niven existen, y cada día surgen coincidencias más ricas entre vestigios de civilizaciones que, hace unos años, nadie habría pensado en unir.

  La multiplicación de las vías de comunicación contribuye enormemente. Quizás algún día, los arqueólogos experimentados, presionados por tantas de estas coincidencias, se vean obligados a reanudar el estudio de las tablillas de Niven. 

 De todo esto se podría concluir que, si Mu no existiera, habría que inventarlo. En todo el mundo, gracias a descubrimientos inusuales, generalmente encontramos rastros de él. Esperemos que esto sirva para explicar la existencia de todos estos monumentos que se alzan en las islas más pequeñas del Pacífico, para reunir en una vasta unidad uigur a grupos étnicos tan enigmáticos como los irlandeses, los vascos, los armenios o los tibetanos. 

 La única fantasía inaceptable sería aquella que nos hiciera admitir que la existencia de los hombres no ha sido más que un largo y absurdo aburrimiento en un planeta inmutable. En general, las leyendas tienen algo mucho más sensato. Sin embargo, para descubrir la esencia de una verdad en ellas, hay que excavar aún más profundo que para encontrar los tesoros de El Dorado. 

Pero, decía Einstein, «quien no tiene el don del asombro o del arrobamiento estaría mejor muerto: tiene los ojos cerrados». 


EL LIBRO DE DESCUBRIMIENTOS DE CHURCHWARD

 El coronel James Churchward afirma en su libro El continente perdido de Mu (publicado en Brasil por Editora Hemus) que descubrió, gracias a los hindúes, la revelación de la existencia del legendario continente de Mu, la Atlántida del océano Pacifico. En el libro, relata cómo un sabio sacerdote lo inició, siendo aún joven, en el desciframiento de las tablillas sagradas, olvidadas hacia tiempo, en su templo. Tras doce años de estudio y meditación, Churchward halló pruebas de que estas tablillas narraban la historia de los orígenes de la humanidad y constituían los últimos vestigios de la primera lengua escrita del hombre.

  Partiendo de la India, Churchward se propuso encontrar más evidencia concreta de la existencia de Mu. Desde el Tibet hasta Egipto, desde Nueva Zelanda hasta la Isla de Pascua, trazó una ruta, buscando una civilización antigua y descubrió numerosos textos grabados en el idioma sagrado de Mu.

 Pero fueron las tablillas  descubiertas por el arqueólogo William Niven en Luka las que le permitieron completar su trabajo y revelar al mundo la historia del continente desaparecido, cuna de todas las civilizaciones. Todos los documentos que encontró, tanto las tablillas de Naacal de la India como la colección de Niven, tienen el mismo origen: son extractos de las escrituras inspiradas y sagradas de Mu.

  Por lo tanto, según Churchward. todos estos documentos confirman su teoría de que los vestigios más antiguos de la presencia humana en la Tierra no se encuentran ni en Egipto ni en el valle del Éufrates, sino en Norteamérica y Oriente, donde Mu, el Imperio del Sol, la patria del hombre, fundó sus primeras colonias. (Las ilustraciones de este texto están tomadas del libro «El Continente Perdido de Mu»). 



MU Y RUDOLF STEINER 

 Hace aproximadamente medio siglo, en un modesto estudio de escultura enclavado entre serenas montañas, falleció el fundador de la antroposofía, Rudolf Steiner. Junto con Krishnamurti, se convirtió en un famoso renegado de la Sociedad Teosófica. 

 Muy conocido en algunas partes del mundo, existe, por ejemplo, una cátedra de antroposofía en la Universidad de Estocolmo, Steiner, sin embargo, permanece ignorado incluso en países como Francia, a pesar de ser el hombre del que Albert Schweitzer dijo: "Me alegro de todo lo que su gran personalidad y su profunda humanidad han logrado en el mundo. Cada hombre debe seguir su propio camino". Pero la antroposofía es uno de los sincretismos más desconcertantes del pensamiento humano hacia las antípodas de nuestro cartesianismo: entre el ocultismo visionario más radical y la lógica científica. 

  Así pudo Steiner describir la actividad de las jerarquías terrestres, la encarnación del Gran Ser Solar en el Cristo, el mecanismo de la encarnación y, al mismo tiempo, la pedagogía aplicable a los niños atrasados, la composición de los cometas, la química de los fertilizantes o el remedio contra el cáncer.

  También abordó el tema de la historia de la humanidad, de la que dibujó un panorama vasto, posible gracias a una serie de visiones internas. Para Steiner, tras el paraíso, el periodo hiperbóreo y el periodo lemuriano temprano, existió una gran civilización en Mu, cuyo trágico final sería similar al diluvio de todas las tradiciones.

  A continuación, aborda el periodo de la Atlántida, que considera decisivo. Fue en la Atlántida donde se estableció definitivamente la alternancia de vigilia y sueño. Steiner afirma que la lucha entre las entidades espirituales y los espíritus luciferinos constituye la verdadera historia de la Atlántida.


 Como siempre, el gran agradecimiento a nuestro colaborador Javier Stagnaro, por acercarnos este material perteneciente a la revista brasilera Planeta especial n° 125






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